martes, 23 de junio de 2020

Piano, estera y velador.




Una vez tuve una amiga que hacía cosas que nadie haría por ti salvo tu madre quizás, una amiga a la que siempre que necesitabas estaba, generosa, valiente, luchadora incansable en defensa de sus amigos, alguien único, irrepetible, junto a la cual el tiempo no existía porque su cariño y generosidad no tenían límites, te hacía sentir como en casa cuando estabas con ella, y aunque tenía mucho carácter, era, sin embargo, bastante suave si rompías el hielo del que se rodeaba cuando estaba frente a los demás, gran fortaleza tal vez como una defensa temerosa de su fragilidad. Recuerdo anécdotas de momentos vividos juntos, reuniones, fiestas, viajes, comidas y cenas, parrandas, hasta borracheras, imborrables recuerdos de un tiempo perdido irremediablemente, pero con la alegría de haberlos vivido, experiencias enriquecedoras que te hacen crecer junto con las charlas jocosas en ocasiones y las charlas reflexivas de momentos difíciles, siempre le decía que en una ocasión me salvó la vida porque en un momento muy crítico para mí ella estuvo a mi lado y me supo escuchar y aconsejar pese a que también pasaba ella por un momento complicado. Éramos, eso creo, complementarios, mi suavidad atemperaba su ímpetu, aunque a veces se cambiaban las tornas y era ella la que tenía un efecto balsámico sobre mí.

Es una pena para mí haberla perdido, que no quiera saber nada de mí por un malentendido que no acierto a adivinar, ha levantado entre los dos un muro infranqueable y siento pena porque creo que su obcecación parte de un error, parece mentira que no me conozca, o prefiera verme desde un filtro deformante que nada tiene que ver ni conmigo, ni con lo que ella significa para mí.

Su fuerte carácter y convicciones la impiden siquiera que hablemos, escucharme, y me parece injusto pero lo acepto, no me queda además otra después de todos los portazos que he recibido como si fuera un apestado y no el amigo que siempre fui.

Es cierto que desde siempre hemos tenido encontronazos o desencuentros, como queramos llamarlos, reconozco que a mí incluso me gustaba provocarla, tocar en sus puntos flacos para que saltara, era como un deporte, primero se enfurruñaba y luego yo arreglaba el entuerto, como un reto psicológico, como domar un potro o montar un toro en un rodeo, en ocasiones la cosa se ponía muy difícil de arreglar, era mucho más fácil provocarla dada su susceptibilidad que arreglar la situación, dada su tozudez y amor propio, pero eso formaba parte de su encanto personal, y en esa susceptibilidad tan a nivel de piel es en la que ha caído ahora irremisiblemente para conmigo, sin posibilidad de arreglo ahora además dado que ha cortado toda posible comunicación o encuentro.

Si bien me gustaba provocarla, he de decir que era más bien tratando de desbloquear sus rigideces mentales y existenciales y hacer que se relajara por su propio bien, como una especie de ejercicios gimnásticos del temperamento, pensaba que para ella sería terapéutico soltar tensión, he de reconocer también que disfrutaba provocándola y sacándola de sus casillas, para mí era divertido, cuando veía que la cosa decaía pues lanzaba un torpedo y ella recogía el guante, sentía así mi poder sobre ella, como si fuera un juguete, y ella no adivinaba el juego que había detrás, si lo hubiera detectado se hubiera reído de las situaciones, porque eran realmente ridículas, sin fundamento, pero la sutileza y el leer entrelíneas no era lo suyo, yo observaba sus cabreos desde la barrera e iba toreando la situación hasta que todo se iba suavizando y acababa bromeando intentando hacerla reír y darle la vuelta al cabreo haciendo de él un chiste. Algo iba quedando en ella como poso de esta terapia, el tiempo que compartimos amistad mejoró mucho de forma de ser, se relajó, abrazó temporalmente el lado dulce de la vida y se cuidó más, mejorando su autoestima.

La sutileza no era su fuerte, era muy frontal pero yo quería que se volviera más sutil, menos guerrera, que desarrollara y practicara el sentido del humor, algo que en una persona inteligente como era me parecía que iba a aportarla salud mental y calidad de vida.

Todo se lo guardaba para dentro pero cuando se abría salían verdaderas perlas, chispas de agudeza, entonces sí, sutiles y muy perspicaces, creativas, fogonazos únicos, pero aquello normalmente ella lo tapaba, no permitía que saliera al exterior, se minusvaloraba, tal vez por una educación muy rígida o formalista, era un filón desaprovechado, un diamante en bruto, que sólo en ocasiones se dejaba ver, y como esas ocasiones eran raras, generalmente eran como estallidos o estampidas que dejaban mudo al más pintao.

Yo la tenía como amiga, al igual que me ha pasado siempre con mis amigos, porque me parecía genial, y ella en especial lo era, entre tanta vulgaridad ella brillaba a mis ojos si bien en general producía rechazo a los demás por su dureza de carácter y su brusquedad siempre a la defensiva, había que romper el hielo y ganar su confianza con sinceridad, abriendo el corazón y generando empatía.

Ella además me apreciaba y admiraba, como yo a ella, y eso se percibe mutuamente, por eso nuestra amistad fue tan fructífera y enriquecedora para los dos, porque había una gran afinidad, como una química que hacía que las bases de nuestra amistad fueran muy sólidas pese a sus vaivenes.

Por eso no sé bien qué pasó, tal vez se sintió ofendida por alguna actitud mía que, aunque sin intención por mi parte, pudiera ofenderla, o tal vez se hartó de mí, en ocasiones las personas dejan de interesarnos, pero bueno, sea lo que sea, me gustaría saberlo, aceptaría lo que fuera aunque estuviera equivocada si ésa es su 
visión.


El paseante


1 comentario:

  1. Te entiendo, a mí me pasó igual con mi amigo, "el" amigo. A ese que le entiendes aún cuando te dice que no te habla porque tiene "pereza". Habla con tu amiga. La amistad es una relación que no se termina nunca. Quizás pierdas los vínculos, pero la relación estará siempre. Renueva el vínculo que te hará bien.

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