Primera
película que veo del Joker, no puedo comparar, pero no creo que este Joker sea
comparable, más bien parece único, irrepetible también, el título es él y la
película es él, o por mejor decir, la interpretación de Phoenix, que te hace
meterte tanto en el personaje y en la situación que te arrastra fuera del
momento a su realidad, identificándote con algo que en él está llevado al
extremo pero que configura la vida de cualquiera, la incomprensión, injusticia,
falta de oportunidades, la sociedad es inmisericorde y más en esos escenarios
de megalópolis y explotación totalmente deshumanizados.
Es un cómic
y así está tratado, como en los cómics lo importante es el protagonista, el
héroe, antihéroe en este caso, el duelo Phoenix – De Niro resulta de una
tensión extrema y enfrenta dos modos de vida irreconciliables, la verdad y la
mentira, la sinceridad y el cinismo, la vulnerabilidad y la explotación.
El Joker
evoluciona en la película, cambia, el personaje se va transfigurando, se vuelve
al final algo así como un melifluo espectro de destrucción y ajuste de cuentas
que no perdona, continuará, tal vez sí, pero será difícil o imposible poder
alcanzar esta cuota de abismo interpretativo y de inspiración, de
transfiguración litúrgica, esta sustancialidad inmanente que trasciende al
actor, la película, la pantalla y al espectador, transportándolo a los propios
abismos de su vida y a sus propios abismos interiores, convirtiéndolo todo en
una payasada, una broma cruel de consecuencias fatales, imprevisibles, un
engaño.
Creo que
todos somos un poco Joker, lo reconozcamos o no, aunque prefiramos pensar que
Joker sólo hay uno en la pantalla, pero lo cierto es que este Joker se sale de
la pantalla y te arrastra, te invade, y lo que es peor, se queda contigo.
Nacemos Joker o nos transformamos en Joker. A tomarlo todo como broma, porque si es verdad, duele horrores.
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