viernes, 4 de octubre de 2019

Crítica teatral. El sirviente. Teatro Español.




Hay que dejar reposar la representación en la cabeza durante un tiempo antes de opinar, ver qué poso deja, tanto en teatro como en cine, así lo hago siempre, de inmediato, salvo casos muy flagrantes, no soy consciente plenamente de lo que ha sucedido delante de mis ojos, es el recuerdo cuando la obra toma forma dentro de mí, toma mi forma, desde la cual sí soy capaz de analizarla de manera más segura y fiable, al menos para mí, dado que ser objetivo, y menos en cuestiones artísticas, es imposible.

La obra tiene un hito difícil de franquear, una especie de efecto pantallazo que a priori parece puede distraer de la contemplación del resto, y ese hito se llama Eusebio Poncela, pero pronto pasa ese temor porque Poncela, si bien hechiza, lo hace con tal sutileza que no distrae del resto, como sucede en otras representaciones con actores de campanillas, por denominarlos de alguna manera, lo cierto es que su interpretación es la clave de la obra, pues da pie a todo el desarrollo argumental y a la réplica del resto de actores, sin embargo, el papel es continuo en su presencia pero breve en sus parlamentos, es más la energía que emana del personaje la que impregna todo, abraza hasta aprisionar todo de una forma involuntaria podría decirse, tanto por parte del actor como del personaje, encarna la maldad siendo la maldad inocente misma, que es la más aterradora, la maldad involuntaria, que le constituye y que atrapa en su red al señor al que sirve, interpretado por Pablo Rivero.

Pablo Rivero es, hasta tal punto el alter ego de Poncela que parece en ocasiones como un desdoblamiento del personaje o su reflejo en un espejo, en un planteamiento algo fáustico, Rivero vende su alma a Poncela, y se la vende con gusto cayendo en el abismo de perdición que para él no es sino una salvación a través de la cual escapa de una existencia mediocre y desdichada, es el placer el que le redime, pero un placer pervertido, desmedido, insano, la obra no deja de ser un tanto moralizante en ese aspecto. El señor es servido por su sirviente hasta en sus últimos deseos de autodestrucción.

Conviene fijarse en la colosal interpretación de Pablo Rivero y disfrutarla porque en Poncela uno se va a fijar sí o sí, quiera o no, su carisma te arrastra.

Hay momentos en la obra en que me evadí de la realidad y me metí tanto en los personajes y en la situación que por momentos sentí miedo de Poncela, realmente diabólico, se diría que no sólo pervierte en el escenario sino también al patio de butacas.


El paseante


1 comentario:

  1. Excelente obra. Hay algo más peligroso que la maldad inocente. Personas que sin querer hacer el mal, lo hacen. Conozco unas cuantas y son aterradoras. Tanto Tony y Barret ... quién es quién. Cuando alguien hace el mal, hay otro que lo sufre o lo aguanta.

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