Ibiza más que sexo era, ante todo, belleza...
Una amiga
mía me llamaba así, el señorito ibizense de Sodoma y Gomorra, yo me sonreía,
ella pensaba que pícaramente pero en realidad me sonreía pensando cómo el
tópico sobre Ibiza lleva a ese pensamiento tan superficial, y todo lo que había
detrás de esa falsa pantalla para mí, es difícil de explicar para alguien que
no ha tenido las vivencias de uno y que no es uno la distancia que hay entre Sodoma
y Gomorra y mi Ibiza, y no soy ningún puritano, simplemente que la historia va
por otros derroteros, quedarse en eso es, para mí, una frivolidad, nada más.
Si hay algo
connatural a Ibiza es su ambiente desinhibido, tolerante, ecléctico, abierto,
integrador, no se necesita allí legislar para tratar de conseguirlo a base de
sanciones y penas, se consigue con la misma naturalidad con la que se respira,
y por qué?, pues muy sencillo, por el talante mayoritario de la gente que es
habitual de la isla y que ha hecho la isla como es, los de allí y los llegados de
fuera con vocación de permanencia han ido juntándose en base a esos principios
de respeto y apertura a lo diferente, sin que ninguna Constitución o ley
escrita tenga que garantizarlo o imponerlo, es como una especie de norma
consuetudinaria no escrita que allí existe desde los tiempos de los Fenicios
por decir una fecha, que se vive y siente con total naturalidad, sin reparar en
ello siquiera, como el respirar, una especie de amalgama.
No es irme
por las ramas, es simplemente que al final de las vivencias lo que quedan son
las ramas, una luna sobre el mar, la Patro, el camino a la playa, los
atardeceres en el puerto, el melancólico sonido de las sirenas de los barcos,
la visión de la belleza de un cuerpo o de una mirada, o de un gesto, o de una
conversación, al final Ibiza no era sino un baño de belleza que te limpiaba
como la marea y arrastraba toda la fealdad, mezquindad y problemas de la vida,
dejándote limpio y con fe renovada en la vida, en los demás y, lo más
importante, en ti.
El paseante
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