jueves, 10 de enero de 2019

Mis veraneos en Ibiza (y 10). EL SEÑORITO IBICENSE DE SODOMA Y GOMORRA.



Ibiza más que sexo era, ante todo, belleza...



Una amiga mía me llamaba así, el señorito ibizense de Sodoma y Gomorra, yo me sonreía, ella pensaba que pícaramente pero en realidad me sonreía pensando cómo el tópico sobre Ibiza lleva a ese pensamiento tan superficial, y todo lo que había detrás de esa falsa pantalla para mí, es difícil de explicar para alguien que no ha tenido las vivencias de uno y que no es uno la distancia que hay entre Sodoma y Gomorra y mi Ibiza, y no soy ningún puritano, simplemente que la historia va por otros derroteros, quedarse en eso es, para mí, una frivolidad, nada más.

Si hay algo connatural a Ibiza es su ambiente desinhibido, tolerante, ecléctico, abierto, integrador, no se necesita allí legislar para tratar de conseguirlo a base de sanciones y penas, se consigue con la misma naturalidad con la que se respira, y por qué?, pues muy sencillo, por el talante mayoritario de la gente que es habitual de la isla y que ha hecho la isla como es, los de allí y los llegados de fuera con vocación de permanencia han ido juntándose en base a esos principios de respeto y apertura a lo diferente, sin que ninguna Constitución o ley escrita tenga que garantizarlo o imponerlo, es como una especie de norma consuetudinaria no escrita que allí existe desde los tiempos de los Fenicios por decir una fecha, que se vive y siente con total naturalidad, sin reparar en ello siquiera, como el respirar, una especie de amalgama.

No es irme por las ramas, es simplemente que al final de las vivencias lo que quedan son las ramas, una luna sobre el mar, la Patro, el camino a la playa, los atardeceres en el puerto, el melancólico sonido de las sirenas de los barcos, la visión de la belleza de un cuerpo o de una mirada, o de un gesto, o de una conversación, al final Ibiza no era sino un baño de belleza que te limpiaba como la marea y arrastraba toda la fealdad, mezquindad y problemas de la vida, dejándote limpio y con fe renovada en la vida, en los demás y, lo más importante, en ti.


El paseante



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