viernes, 30 de diciembre de 2016

El placer de la fotografía.

Foto: Bedri Akcay



El placer de la fotografía.


Siempre he obtenido placer de la contemplación, una cosa es observar, otra contemplar, la contemplación tiene algo de meditación, uno aparca el pensamiento, quita toda valoración a lo que ve, simplemente se funde con el objeto contemplado y deja que éste impregne su alma, un buen fotógrafo es lo que hace, el resto son fotografías fallidas, como en todo arte hay que poner el alma para conectar con otra alma, la del espectador, así de simple, es entonces cuando esa contemplación tiene una profundidad que nos permite sentir, y sintiendo, sólo así es como nos podemos acercar a lo artístico, no desde la mente sino desde el corazón.

La fotografía en sí misma está en la frontera entre lo objetivo y lo subjetivo, lo real y lo fantástico, lo fundamental es que esa frontera quede difuminada para que cale hondo su significado, es entonces cuando la mente deja de estorbar y la visión deja de observar pasando a contemplar, algo parecido sucede con la pintura aunque ésta por su técnica siempre se mantiene más alejada de lo tangible, cuando la pintura se hace tangible siempre decimos que parece una fotografía queriendo piropearla, en realidad la pintura no es sino una paráfrasis desde su origen, no así la fotografía que adquiere el nivel de paráfrasis sólo a través de un proceso mucho más abierto, menos intencional, más espontáneo, con esto quiero decir que juega más el subconsciente en el acto fotográfico dada su instantaneidad más que en la pintura que requiere una lenta elaboración en general.

Por eso hay fotos geniales de desconocidos anónimos que son fruto de la casualidad que parece brindarnos el subconsciente cuando en realidad no hay tal casualidad sino más bien inconsciencia.

Lo que más me gusta de las fotografías es su indescriptibilidad, su infinitud de interpretaciones y significados, su literalidad última que le brinda un carácter de testimonio histórico que permanece para el futuro.


El paseante


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