martes, 29 de julio de 2014

Carballo y la melancolía (Un asesino en las calles 26).





26 – Carballo y la melancolía

Carballo y su melancolía, tal vez se debiera a sus orígenes galaicos, las brumas norteñas hacen que el carácter sea sombrío, él siempre pensaba que el origen de su melancolía era ése, o tal vez la vida que le había ido llevando al desencanto, pero no, realmente fue así desde niño, tristón, pesimista, solitario, incapaz de relacionarse con soltura, frente a esa esencia suya había desarrollado una capa de protección en la cual todas esas insuficiencias eran suplidas por fingidas actitudes contrarias, como un teatro o una representación a fin de sobrevivir en la dura realidad, eso hacía que Carballo en sociedad no se sintiera a gusto porque lisa y llanamente no era él, así de simple.
Dentro del apartado sociedad estaban los demás, ésa era obviamente la sociedad, los otros, los que estaban del otro lado, con un trato más o menos cercano, más o menos necesario, más o menos conveniente, y dentro de los otros había mujeres, tema difícil para Carballo, espinoso, se dió cuenta desde que era pequeño de que con las mujeres cabían pocas bromas, eran de cuidado, su experiencia nunca fue demasiado buena, y es que Carballo era un tanto ácrata y las mujeres lo que intentaban siempre era organizarle la vida, él sabía mejor que ellas organizarse la vida por sí mismo con arreglo a sus preferencias desde muy niño, por tanto empezó a rehuir su trato y a poner barreras o límites, con el paso del tiempo y fruto de la experiencia Carballo llegó a la conclusión de que lo que las mujeres hacían era irte llenando la cabeza de piedras, piedras en forma de sutiles reproches que se iban quedando en tu cerebro, que te hacían sentir culpable, que exigían un comportamiento por tu parte impuesto por ellas, eso lo pensó Carballo desde siempre, y se dijo a sí mismo que eso nunca, y evitó un compromiso con las mujeres, llegó a tener siendo joven una novia, incluso llegó a barajar la idea de casarse, pero aquella novia era como las demás, eso lo fue descubriendo poco a poco porque al principio el amor no le hacía ver las cosas con claridad, como todas fue llenándole día tras día la cabeza de piedras hasta que el peso era tan grande que no pudo más y la abandonó, cuando le comunicó su decisión de dejarla ella se tomó la precaución de ponerle en el cerebro una última piedra, la más pesada, en venganza, pero él que ya conocía el truco al salir a la calle y verse por fin solo, se sacó la piedra y la dejó en la acera por si a alguien le venía bien y quería aprovecharla, se sintió liberado y la vida le pareció en aquel instante un continente ilimitado por conquistar, y se puso a conquistarlo.
Piedras, piedras, piedras, todas las mujeres que fue conociendo desde su niñez habían ido dejando sus piedras, una o dos, tres o muchas, grandes, pequeñas, medianas, ligeras o pesadas, algunas eran como piedra pómez, livianas de llevar, y otras parecían de puro plomo, te dejaban hundido hasta que te las quitabas de encima.
El trabajo de acarrear piedras para la mujer es algo involuntario, no son conscientes de ello, eso pensaba al menos Carballo, era su forma de sobrevivir, a través de esa coacción psicológica ellas sobrevivían, conseguían cumplir su fines, realizaban sus ideales de vida, tenían las cosas claras y para eso se pertrechaban de un montón de piedras, con todas las piedras que iban dejando las mujeres en la cabeza de los hombres se podía construir la gran muralla china, estaba claro.

(continuará)

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