jueves, 24 de julio de 2014

Aquella noche sucedió lo nunca visto (Aventura veneciana 14).




Aquella noche sucedió lo nunca visto, por los balcones que daban al Gran Canal, entró Dios, te sorprende?, te resulta inverosímil?, pues no lo es en absoluto, y no sólo entró él sino los doce apóstoles, en primer lugar los cuatro evangelistas, y después de todos ellos, hasta entró Judas, se ve que Dios le había perdonado ya, y entraron los padres de la Iglesia, encabezados por San Agustín, y para finalizar el cortejo divino entró la virgen acompañada de Santa Ana y el niño Jesús, ni rastro de San José, eso me extrañó mucho, yo al menos no lo vi, pero era tanta la multitud que hasta la amplia habitación del palacio se quedó pequeña, menos mal que los techos eran muy altos, porque todos, absolutamente todos, levitaban, llevaban además unos ropajes espectaculares como salidos de una pintura de Ticiano, especialmente Dios lucía en su enorme grandeza ropajes de mezclados colores, túnicas de una seda de raso nunca vista que ocupaban prácticamente todo el espacio a su alrededor haciéndolo destacar como lo que era, Dios, entonces él me miró y me sonrió y todo se desvaneció a mi alrededor, perdí la conciencia, pensé que se trataba de una alucinación pero no lo era, era real, como me vieron tan aturdido empezaron a susurrar entre ellos y a mirarme todos con mucha ternura también, me hicieron sentir como uno de ellos, me hicieron sentir santo, bueno, feliz, eterno, pero al cabo de un momento me sentí embarazoso, quiero decir que no sabía qué hacer a continuación, esperé a ver qué hacían ellos, no podía llamar al diablo y pedirle camas para todos, imagina la que se hubiera armado, cuando de improviso un viento helado se apoderó de todos nosotros, fue como si se nos echara encima el polo norte, nos quedamos petrificados de la impresión porque Satanás en persona entró por la puerta de la habitación derribándola y detrás de él toda su cohorte de diablos, entonces, rápidamente apresaron a toda la corte celestial con Dios a la cabeza y los sacaron en volandas de la habitación, allí nadie tocaba el suelo, todos levitaban menos yo, apenas hubieron salido me sentí tan perdido que perdí el conocimiento, cuando a la mañana desperté pensé que se había tratado de un sueño, no podía preguntar, no me atrevía, como cada día tomé un baño en la bañera de mármol travertino de mi vestidor, me acicalé meticulosamente tratando de calmar mi nerviosismo y bajé a desayunar como siempre hacía al jardín central del palacio donde me estaría esperando como era habitual el diablo, menudo papelón pensé mientras bajaba los peldaños gastados de la escalera central del palacio, temblaba, temblaba, temblaba, pero no quería que se notara mi miedo, miré hacia abajo y allí estaba Satán esperándome con su mejor sonrisa en los labios mirándome fijamente…

(continuará)

El paseante


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