Lo primero que deslumbra según
avanza la película es la interpretación de Chalamet, realmente devora la
película y eclipsa todo a su alrededor, como anillo al dedo, borda el papel al
límite, sin fisuras, con una naturalidad y expresividad apabullantes, merecía
el Oscar, es raro ver interpretaciones tan sublimes y más de un papel difícil
en el que el equilibrio debe mantenerse para no caer en el desfase. A destacar su deambular infantil y titubeante frente al deseo y sus tiernos cabezazos de cariño a su amado, genial interpretación.
Pero la película es él y todo
alrededor de él, si bien ese todo se conjuga para su lucimiento. La base
literaria es importante, el guión y la naturalidad en la dirección, parece por
momentos un reality, sobre todo al comienzo, desestructurada y algo caótica te
mete en situación, cuando termina la película te das cuenta de que estabas
viendo una película, mientras la ves te metes tanto en situación que realmente
el tiempo no existe, como en el amor cuando se está junto al amado el tiempo no
existe.
No sé bien si la película trata
sobre el amor, creo que sí, ésa fue mi percepción, al principio no lo parece,
pero va uno descubriendo que lo es, de ahí que movilice dentro de uno aspectos
dormidos que sin embargo ha vivido y se identifique con el joven protagonista,
con su indecisión, su ilusión, su ansiedad, su decepción, su pena, también con sus dudas y
sus remordimientos, con su pérdida de inocencia y con su espiritualidad que
conecta directamente y sublima el sentimiento amoroso en su máxima expresión,
algo que no todo el mundo es capaz de sentir en igual medida ni de la misma
forma según la ocasión pero que la película retrata perfectamente en su estado
puro, primigenio, absoluto y total.
Arrolla la película el día después
y los días posteriores, se redescubre uno en aquellas escenas, rememora y
conecta con su más íntima esencia, con su ser esencial que a veces la vida va
ocultando bajo capas y capas de desilusión, rutina, frustración, desencuentros
y abandonos, este joven tan sensible sintetiza en su pasión la esencia de todo
lo que habrá por venir que él empieza ya a vivir cuando pierde a su amado.
Hay escenas memorables como la
de la guitarra y el piano del comienzo, la de la escultura a orillas del lago
de Garda o la del melocotón, para mí ésta es la mejor, sintetiza en ella la
esencia de lo que este joven Werther siente, es, en definitiva, la
quintaesencia de la película, su nudo gordiano, también la del final, la
ruptura a través del teléfono y ese paisaje desolado sobre el que cae incesante
la nieve contrapuesto a aquel esplendor del paraíso del verano perfecto y su
preciosismo y plenitud de cuadro impresionista saturado de colores y de luz.
Recuerdan la escenas finales a
la película de John Huston Los muertos, en la escena en la que cae la nieve
sobre Dublín, la película está llena de referencias cinéfilas, literarias,
poéticas, musicales, operísticas, desde el paralelismo con el Moonriver de
Audrey Hepburn a los cuadros de Cézzane, Maurice de Ivory/Foster, Pisarro en
los paisajes nevados del final, Ovidio poeta de la luna, Madama Butterfly…, en
fin, un conglomerado absoluto e inagotable de lecturas superpuestas y de
escenas para pensar y analizar que quedan en el recuerdo como un poso
reconfortante y en ocasiones amargo pero siempre enriquecedor, ya he dicho
antes que la del melocotón supera cualquier medida y sintetiza toda la fuerza,
profundidad y espiritualidad de la película.
Por último decir que la película poco tiene que ver con su base más tangible, la
homosexualidad, porque retrata un sentimiento universal hasta sus últimas
consecuencias, las más alegres y las más dolorosas, el amor en su estado puro,
como sólo un adolescente es capaz de sentir.
Arte en estado puro.
Arte en estado puro.
El paseante
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