miércoles, 17 de diciembre de 2014

Qué sabe nadie... (Un asesino en las calles 75).




75 – Qué sabe nadie…

Qué sabe nadie lo que prefiero o no prefiero en el amor…, ésa era otra posibilidad, lo propondría al Divas Club, el gatito Cachemir alucinaba contemplando ensimismado los ensayos de Carballo frente al espejo del armario del dormitorio, el gatito permanecía recostado en la cama sobre el edredón pero no quitaba ojo al ensayo, si Carballo daba algún grito o algún manotazo excesivamente ampuloso a veces Cachemir pegaba un salto y se metía debajo de la cama pero generalmente, cuando comprobaba que el peligro había pasado, volvía a salir y de un brinco regresaba a su lugar sobre el mullido edredón de raso, Carballo empezó a perder los papeles, se creía en verdad que era Raphael?, se preguntaba Cachemir, que cada día estaba más preocupado por la salud mental de su amo, y Carballo comenzó a notar síntomas raros, por ejemplo a la cajera del supermercado después de pagar la sonreía con su mejor sonrisa profidén y la decía mirándola a los ojos: grasias pressisosa, mientras se marchaba moviendo los dedos en serpentina como una vedette, por las noches dejó de tener sueños de Comisario en los cuales perseguía a los ladrones y los detenía siempre felizmente y comenzó a soñar que era Raphael de pequeño, que cantaba en el coro del colegio, que hacía las primeras películas, que le llamaban el pequeño ruiseñor, que iba a Eurovisión, que llenaba los teatros de fans que enloquecidas le perseguían por las calles hasta la extenuación, en fin, un verdadero disparate del que cada noche se despertaba alterado y bañado en sudor ante la atónita mirada del gatito Cachemir al que no dejaba dormir apenas, y Cachemir pensaba que no sabía qué pasaría con él porque Bruttini no había vuelto a dar señales de vida desde que era heterosexual y tenía su flamante novia apodada la 69, apodada por Cachemir claro que había contemplado junto con Carballo aquel traqueteo de succiones y jadeos sincopados sin poder dar crédito a aquello.
Y así siguieron los días frenéticos, Carballo se ponía el uniforme negro completo, la peluca teñida de color caoba con vaporoso flequillo lateral, se maquillaba con un tono muy pálido, algo de color en los labios y una suave raya de rímel en los ojos y se ponía a entonar el Yo soy aquél, con un sentimiento, una emoción, una entrega, y una fuerza que parecía como si las paredes del pequeño apartamento de la Gran Vía fueran a estallar, pero no estallaron, aunque lo que parecía iba a estallar seguro sería la buena reputación de Carballo si seguía con ese febril proceso de transubstanciación en el gran Raphael, y es que el Comisario Carballo se había perdido a sí mismo y sólo quería ya ser Raphael porque ser Raphael era para él una borrachera de placer, como si estuviera todo el día bajo los efectos de la marihuana o el lsd, una pasada, como volar en el Concorde o hacer vuelo sin motor por el espacio sideral, un cuelgue, y es que Carballo estaba literalmente colgado de Raphael, enganchado a Raphael, era adicto a Raphael, y mientras la prensa había empezado a agolparse en la calle frente al portal de su casa, ya era vox populi que algo pasaba con Raphael dentro de aquella casa y tenía Carballo que salir a la carrera y esquivando periodistas cuando iba travestido de Raphael, menos mal que cuando salía vestido de Comisario nadie le miraba a la cara, ése era su triunfo, su doble identidad, su anonimato, su liberación y su grandeza.

(continuará)


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