miércoles, 10 de diciembre de 2014

No pretendo pontificar sobre la situación política.






No pretendo pontificar sobre la situación política pero parece como si todos los políticos hubieran vendido su alma al diablo a cambio de dinero en una escalada de avaricia cuyas verdaderas dimensiones me parece que nunca llegará a descubrirse totalmente, apenas una parte sabemos, estoy convencido, y muchos deben sonreír mientras oyen las noticias de los otros a los que han pillado, sonríen con una sonrisa mitad satisfecha por no haber sido pillados por el momento y mitad nerviosa por el miedo a ser pillados en cualquier momento, también creo que está funcionando la delación como un reguero de pólvora, unos tiran de la manta cuando son pillados y así sucesivamente hasta el infinito, de hecho tengo la sensación de que algunas prisiones incomunicadas tienen como objetivo que no se sepa más de lo que se sabe y de que no caigan cabezas aún más altas.
Si la corrupción se generaliza en la vida pública todo aquel que quiera tomar parte de ella tiene que aceptar esa regla implícita del juego, la corrupción, y si no es así va fuera, es despedido por el sistema, y no me refiero sólo a la vulgarmente conocida como mordida sino a todo lo que conlleva corrupción en cuanto a tráfico de influencias, quiebra del principio de igualdad, de eficacia, de eficiencia, de proporcionalidad, de necesariedad y hasta el más básico de sentido común y el más conveniente siempre de prudencia, sobre todo.
Son ideas, el hombre es por su propia naturaleza avaricioso y si la conducta queda impune se repite, el hombre es egoísta y con frecuencia tiene mal concepto de sí mismo y del resto de los hombres con lo cual llega a la conclusión de que si no aprovecha la ocasión es tonto y otro vendrá detrás de él que la aprovechará, pero el sistema en lugar de amparar eso lo que debe de velar es porque esas conductas no puedan tener lugar en su seno.

El paseante

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