jueves, 22 de mayo de 2014

¿Por qué no me miras? Si me hubieras visto me habrías amado.



SALOMÉ
 [Se inclina sobre la cisterna y escucha.]
 No escucho nada. ¿Por qué ese hombre no grita? ¡Ah! Si alguien quisiera matarme, yo gritaría, me defendería, no lo permitiría... Hazlo, Naamán, hazlo ya, te digo... No, no escucho nada. Solo hay silencio, un terrible silencio. ¡Oh!, algo ha caído al suelo. Escuché que algo cayó. Tiene miedo, este esclavo. ¡Este esclavo es un cobarde! Envíen soldados. [Salomé mira al paje de Herodías y le habla.] Ven aquí. Tú eras amigo de aquel que murió, ¿verdad? Bueno, yo digo que aún no hay suficientes muertos. Ve con los soldados y ordénales que bajen y me traigan lo que pido, aquello que el Tetrarca me ha prometido, aquello que es mío. [El paje retrocede. Ella se vuelve hacia los soldados.] Aquí, soldados. Bajen a la cisterna y tráiganme la cabeza de ese hombre. Tetrarca, Tetrarca, ordénales a tus soldados que me traigan la cabeza de Jokanaan.
 [Un enorme brazo negro, el brazo del verdugo, sale de la cisterna, trayendo en una bandeja de plata la cabeza de Jokanaan. Salomé la levanta. Herodes oculta su rostro en su túnica. Herodías sonríe y se abanica. Los nazarenos caen de rodillas y comienzan a rezar.]
 ¡Ah!, no me dejabas besar tu boca, Jokanaan. ¡Bueno! Ahora la besaré. La morderé con mis dientes como se muerde un fruto maduro. Sí, besaré tu boca, Jokanaan. Lo dije; ¿acaso no fue así? Lo dije. Ah! La besaré ahora... ¿Pero por qué no me miras, Jokanaan? Tus ojos que eran tan terribles, que estaban tan llenos de rabia y de desprecio, ahora están cerrados. ¿Por qué están cerrados? ¡Abre los ojos! ¡Levanta tus párpados, Jokanaan! ¿Por qué no quieres mirarme? ¿Acaso me temes, Jokanaan, y por eso no me miras...? Y tu lengua, que era como una roja serpiente escupiendo veneno, ya no se mueve, ya no suelta palabras, Jokanaan, esa víbora escarlata que arrojó su veneno sobre mí. ¿Es extraño, verdad? ¿Cómo es que la roja víbora ya no se mueve...? No querías tener nada conmigo, Jokanaan. Me rechazaste. Dijiste cosas terribles contra mí. ¡Hablaste de mí como si fuera una ramera, como a una mujer perdida, a mí, Salomé, hija de Herodías, princesa de Judea! Bueno, yo aún vivo, pero tú estás muerto, y tu cabeza me pertenece ahora. Puedo hacer con ella lo que me plazca. Puedo arrojarla a los perros y a las aves del cielo. Lo que los perros dejen, las aves devorarán... ¡Ah, Jokanaan, Jokanaan, eras el único hombre que amé! Todos los otros me resultaban un fastidio. ¡Pero tú eras hermoso! Tu cuerpo era una columna de marfil alzada sobre bases plateadas. Era un jardín lleno de palomas y lilas de plata. Era una torre de plata guarnecida con escudos de marfil. No había nada en el mundo tan blanco como tu cuerpo. No había nada en el mundo tan negro como tu cabello. Y en todo el mundo no había nada tan rojo como tu boca. Tu voz era un incensario que esparcía extraños perfumes, y cuando te miraba escuchaba una curiosa música. ¡Ah! ¿Por qué no me miraste, Jokanaan? Tras el manto de tus manos y tras el manto de tus blasfemias ocultaste tu rostro. Pusiste sobre tus ojos la venda de aquel que quiere ver a su dios. Bueno, ya has visto a tu dios, Jokanaan, pero a mí, a mí, tú nunca me viste. Si me hubieras visto me habrías amado. Yo te vi, y te amé. ¡Oh, cuanto te amé! Aun te amo, Jokanaan, sólo te amo a ti... Estoy sedienta de tu belleza; estoy hambrienta de tu cuerpo; y ni el vino ni las manzanas pueden apaciguar mi deseo. ¿Qué haré ahora, Jokanaan? Ahora que ni las inundaciones ni los grandes océanos pueden calmar mi pasión. Yo era una princesa, y tú me despreciaste. Yo era una virgen, y tú me arrebataste la pureza. Yo era casta, y tú llenaste mis venas con fuego... ¡Ah! ¿Por qué no me miras? Si me hubieras visto me habrías amado. Sé muy bien que me habrías amado, y el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario