viernes, 9 de mayo de 2014

El lago de los cisnes (Un asesino en las calles 4)




El lago de los cisnes


A Carballo le encantaba esa música, era su música de ballet favorita sin dudarlo, para algunos era superior Romeo y Julieta pero él lo tenía claro, sin duda El lago, su lago, ese lago en el cual remansaba su alma. Desde que salió del despacho de Behrens andaba algo meditabundo y esa música deliciosa comenzó sonar en su cabeza, sin poderse sacar ya los acordes que sonaban continuamente como si fuera la banda sonora de ese momento de la película de su vida. Tal vez influyó el hecho de ver anunciada su representación en la Ópera de Vancouver, sacó una entrada para la noche, no tenía un traje adecuado para ir al teatro de la ópera pero no importaba, lo principal era la música, la música y su estado de ánimo que quería elevar un poco.

Paseando por Vancouver se acercó hasta el lago, pareció premonitorio, un precioso cisne, blanco y de elegante cuello se acercó hasta él y se quedó mirándolo, Carballo alargó la mano y le acarició delicadamente la cabeza, era tan bello que le resultó emocionante poderle acariciar, tan suave, tan elevado, le recordaba su deslizar sobre las quietas aguas del lago el deslizarse de una blanca nube por el cielo, o el movimiento de un espíritu, de un alma, que vagara en busca de cariño, comprensión, ayuda, de amor.

Carballo sintió una leve punzada de nostalgia, qué diablos pintaba él en Vancouver tan lejos de su tierra, de su gente, y además siendo vapuleado, insultado, vejado, por uno de esos cuervos de la política que sólo piensan en ellos mismos y en sus intereses, que sobreviven a base de pisotear a los demás y que hacen daño a diestro y siniestro impidiendo trabajar como es debido e interfiriendo continuamente a los profesionales de la policía como él que sólo querían resolver casos y que las cosas funcionaran.

Carballo frente a la nostalgia contraponía el deber, un asesino andaba suelto y podía pasar cualquier cosa, tenía la impresión además de que cualquier cosa iba a pasar, incluido un nuevo asesinato, el tiempo corría en contra y él se había visto separado del caso lo cual le producía un sentimiento que mezclaba la desesperación y la impotencia.

Miró el cisne por última vez que se alejaba elegantemente deslizándose sobre el espejo gris de las quietas aguas del lago, pensó en un mundo ideal, libre de tipos como Behrens, libre de prejuicios, de habladurías, de envidias, en el cual el mérito fuera valorado, apreciado, fomentado, un mundo diferente en el que él y Bruttini tuvieran cabida, un mundo feliz.


(continuará)

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