jueves, 12 de diciembre de 2013

La lectura del fin de semana. Auto de fe. Elías Canetti. 1935.



Ocho años antes puso Kien el siguiente anuncio en el periódico “Erudito con biblioteca de excepcionales dimensiones busca ama de llaves responsable. Presentarse solamente personas de mucho carácter. Gentuza volará escaleras abajo. Asunto sueldo, secundario.” Teresa Krumbholz tenía por entonces un buen puesto, en el que siempre había estado a gusto. Cada día, antes de preparar el desayuno a sus amos, se leía entera la página de anuncios del periódico para saber lo que ocurría en el mundo. No estaba dispuesta a terminar su vida con esa familia ordinaria. Todavía era una mujer joven, 48 años por cumplir, y hubiera preferido trabajar con algún caballero solo. Una se organiza mejor en todo: con las mujeres no hay manera de entenderse. Pero tampoco pensaba dejar un puesto seguro de buenas a primeras. Seguiría en él mientras no supiera con quién iba a tratar. Conocía las mentiras que publican los diarios y las montañas de oro que se les promete a las mujeres serias. Pero a una la violan no bien pone el pie en la casa. Hace ya 33 años que anda sola por el mundo y eso nunca le ha pasado. Tampoco le pasará: sabe cuidarse muy bien. Esta vez, el anuncio atrajo poderosamente su atención. Se detuvo en las palabras “Asunto sueldo, secundario” y releyó varias veces, comenzando por el final, las frases impresas en gruesos caracteres. El tono la impresionó: ése era un hombre. La halagaba presentarse como persona de mucho carácter. Vio volar a la gentuza escaleras abajo, alegrándose sinceramente de su suerte. En ningún momento temió que la trataran como tal. A la mañana siguiente, se presentó a primera hora -sobre las siete- en casa de Kien, quien la hizo entrar al vestíbulo y declaró de inmediato:


-Me he prohibido expresamente recibir gente extraña en mi apartamento. ¿Está usted en condiciones de hacerse cargo de la biblioteca? La examinó con una mirada penetrante y recelosa. No quería formarse una opinión sobre ella antes de oír su respuesta.


-Pero oiga, ¿por quién me toma? Desconcertada por su brusquedad, le dio una respuesta en la que él no halló nada que objetar.


-Será bueno que sepa -dijo él- por qué despedí a mi última ama de llaves. Desapareció un libro de mi biblioteca. Lo hice buscar por toda la casa y no volvió a aparecer. Me vi obligado a despedirla en el acto. -Indignado, guardó silencio un instante-. Espero que lo entienda -añadió finalmente, como si le hubiera exigido demasiado a su inteligencia.


-Tiene que haber orden -replicó ella en el acto. Lo había desarmado. Con gesto solemne la invitó a pasar a la biblioteca. Ella avanzó discretamente hasta el primer cuarto y esperó.


-Su zona de actividades -dijo él en tono seco y grave-. Cada día hay que sacudir una habitación de arriba abajo. Al cuarto día habrá acabado. Al quinto volverá a empezar por la primera. ¿Podrá hacer este trabajo?


-Servidora.


Kien volvió a salir, abrió la puerta del apartamento y le dijo: Hasta luego. Empezará hoy mismo. 

Auto de fe
Elías Canetti


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