miércoles, 11 de septiembre de 2013

11 de septiembre...



Así recuerdo yo las Torres Gemelas de mi viaje a New York en diciembre de 1993, parece que fue ayer y han pasado ya 20 años, fui justo antes de navidad y la ciudad ya lucía su típica decoración navideña de miles de pequeñas bombillitas que simulan una constelación o una ventisca de nieve inmóvil sobre sus calles al anochecer.

New York es para mí la ciudad más romántica del mundo, más que Venecia, fui solo y eché en falta tener alguien especial con quién compartir todo aquello, frente a la supuesta frialdad de los rascacielos, las avenidas, las calles umbrías y la gente tan solitaria, tan a lo suyo, siempre con prisa, yo vi detrás de todo aquello el alma de una ciudad en la que todo era posible tal y como el cine nos ha hecho creer, incluso el amor, hasta eso debe ser posible en Nueva York.

Subí al Empire State, subí a las Torres Gemelas, pese a ser comienzos de diciembre hizo un tiempo muy soleado y una temperatura suave, disfruté enormemente en sus museos, colosales, contemplando su arquitectura, monumental, oteando sus perspectivas como un marino otea un horizonte de escarpadas rocas que se precipitan sobre el mar.

La ciudad me transmitió su sabiduría, su lucha, su vida, yo fui su inquilino transitorio, su transeúnte asombrado, como un niño que con la boca abierta todo lo quería ver y todo le producía admiración, y por encima de todo el Hudson, su río que se abre al mar y parte la isla de Manhattan con su caudal quieto e inquietante.

Por supuesto recordé a Federico, sus poemas, su poeta en Nueva York y me sentí yo también poeta mudo en un Nueva York igual al de Federico, igual al de siempre, un Nueva York eterno.

(entrada dedicada en recuerdo a todas las víctimas del 11-S)

el paseante

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