lunes, 25 de noviembre de 2013

Yo no soy bruja (6).




No estaría mal ser algo de bruja, sobre todo para no tener que gastar tanto en un coche, y poder andar en una escoba. Además se economizaría en ropa, ya que el atuendo no cambiaría más allá de la toga negra y la capucha empinada. Quizás las botas deban cambiarse para evitar el olor en los pies, tema este que es muy importante para mí, ya que si algún mal olor no soporto, es justamente el de los pies.
Si tendría que elegir ser bruja, pondría como condición, poder cambiarme de botas todos los días.
Nos han pedido que recemos para que maridos vuelvan, para que esposos dejen a sus amantes, para que hijos aprueben materias (que a veces ni han estudiado), para que se curen algunas enfermedades, para que se calmen los ánimos de alguien enojado, por la exterminación de jefes molestos y fastidiosos, y también para que le caiga un piano en la cabeza a algún sujeto, con la plena convicción que se lo merecía.
Nosotras nos concentramos en lo que debe ser: rezamos para que la gente tenga Fé, Esperanza y Caridad, que con eso sólo se resolverían todos los problemas que nos plantean sin tener que requerir solución a nosotras.
Una vez un amigo sumido en la desesperación me pidió que dedicara varios “aquelarres” para sacarse a su jefe de encima. Para colmo se trataba de una mujer que lo sometía psicológicamente. Los rezos se fueron de cauce, y la jefa se terminó yendo, pero mi amigo también perdió su trabajo.
Es difícil decir no a un pedido de ayuda, pero más difícil es aceptar y que las cosas salgan mal. En ese punto, el peticionante “mata al mensajero”, siguiendo las viejas tradiciones. Ahora, y si todo sale bien, tampoco crean que el que pidió agradece la oración, sino, y por el contrario, te convierte automáticamente en una bruja.
Con mis amigas hemos pensado en no aceptar más peticiones, porque cada vez está más dura la corteza que separa el pedido del resultado. Y si no logramos el objetivo, las cosas se ponen de mal en peor, y luego nos lo imputan a nosotras.
Yo pienso que uno pide algo a alguien, porque supone que esa persona lo puede hacer, y en el caso concreto, es considerada como superior. Suena como a algo mafioso: los peticionantes lo llaman “trabajitos” y simplemente son oraciones comunitarias. Es gracioso escuchar que la gente nos pida que purguemos algún mal que le está pasando, como si fuera que nosotras portaríamos un laxante mágico, que al aplicarlo, solucionaría todos los problemas.
Para bien o para mal, muchos “trabajitos” tuvieron mucho éxito. Las cosas salieron bien, pero por la Obra Divina. Dios sabe lo que necesitamos y eso nos dá. No hay que pedirle nada, sólo reconocerle su Gloria e infinita Misericordia.
Los favorcitos terrenales son prosperidades pasajeras, que si de casualidad surgen cuando nosotras rezamos, es más porque el destinatario lo merecía y Dios se lo reconoce, que porque nosotras intercedimos para que le llegara la buenaventura.

(continuará) 

Bety

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