martes, 8 de abril de 2014

Soy un antihéroe.



He pensado que mejor que poner fotos mías pongo fotos de James Dean que es más guapo, como si fuera mi alter ego, aunque yo tampoco estoy tan mal, ¿verdad? 
No sé bien qué decir al respecto, ¿no os ha pasado a veces que tenéis ganas de decir algo y no sabéis cómo decirlo? O que no os creéis capaces de decirlo con suficiente precisión como para que exprese vuestras ideas, pues así estoy yo, tengo sensaciones, sentimientos, imprecisas emociones respecto a mi rol de antihéroe pero no sé bien cómo plasmarlo en palabras, quizás ser un antihéroe sea precisamente eso, ser un tanto impotente para todo, un tanto incapaz, que los deseos mueran en uno irrealizados hasta llegar a no tener deseos siquiera y entonces llegar a ser por fin el antihéroe absoluto, el antihéroe por antonomasia, ése es nuestro papel, la impotencia, frente al papel del héroe, la potencia.
No hay más que volver la vista atrás y contemplar la antigüedad, baste citar a Aquiles, como antihéroe clásico podemos tener, indiscutiblemente, a James Dean, tanto en sus papeles cinematográficos como en su vida, la única vez que triunfó fue de casualidad, con los pozos petrolíferos en Gigante, y por pura cabezonería, altivez y amor imposible por Liz Taylor, está claro, triunfó de rebote, triunfó queriendo triunfar en otras cosas en las que en realidad fracasó como en el amor por Liz, que en el fondo yo creo estaba enamorada de él más que del soseras de Hudson, bueno, son teorías, conviene que veáis la película, un clásico indiscutible, y me decís.
Sigo con lo de mi antiheroicidad crónica, he de reconocer que durante algún tiempo pretendí ser héroe, cosas de la juventud que es siempre un tanto ignorante y se hace ideas falsas sobre todo, vive engañada, pero con el tiempo y alguna que otra pequeña heroicidad realizada, me di cuenta de que aquello no eran sino victorias pírricas, ridículas heroicidades de vodevil que me dejaban peor que estaba, es decir, desencantado, con lo cual fui llegando al convencimiento inconsciente de que en realidad lo que más me gustaba era el deseo, la imaginación, el pensamiento, y que en ese reino en el que reinaban esas tres deidades era mucho más feliz que en el reino, siempre  salvaje y cambiante, de la realidad, el reino del antihéroe es ése, el reino de lo irrealizado, y más vale que sea así porque cuando todo se realiza automáticamente deja de tener interés, además es más fácil evolucionar en el reino de las ideas que en el de la realidad, el lastre es menor y más controlable a voluntad.
Mi antiheroicidad fue creciendo hasta convertirme realmente en un fracasado, cuando uno toca fondo es cuando más claro lo tiene: nada como ser un antihéroe, un fracasado, un marginado, una especie de escoria a los ojos de los demás, mejor que no descubran el truco porque si todos se convierten en antihéroes el invento no serviría, el antihéroe es tal frente a los supuestos héroes de pacotilla que pueblan el mundo, fantasmillas que en su ignorancia creen triunfar hasta que un día se dan cuenta de golpe y porrazo que no han hecho sino el ridículo toda su vida y además han perdido lo único valioso que tenían, su integridad.
 Soy pues el antihéroe por excelencia, el antihéroe por antonomasia, el antihéroe extremo, y ésa es mi dicha, pero no lo divulguéis no se vaya a llenar el mundo de antihéroes y pierda todo su encanto la antiheroicidad.

el paseante antihéroe

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