martes, 8 de abril de 2014

La película de la semana. Gigante. George Steves. 1956.


La película es en color, pero este fotograma de la película en blanco y negro tiene tanta fuerza que no he podido resistirme a ponerlo.
Esta película es el canto del cisne de James Dean, después del último día de rodaje se mató conduciendo su nuevo deportivo.

Hablar de esta película es hablar de James Dean, sin dudarlo, algo que por otra parte sucede en todas las que participa, es como si eclipsara al resto de protagonistas por muy destacados que sean, y además como si los eclipsara involuntariamente, porque si fuera voluntariamente se notaría el artificio y no tendría valor. Y es que él con su sola presencia llenaba la pantalla, tenía algo magnético que atraía la mirada, su físico, su gestualidad, su forma de interpretar, mirar, hablar, estar ante la cámara, eran tan personales y por otra parte tan atrayentes, que con él la película quedaba completa, él cerraba las películas tras de sí con la llave maestra de su genio y hoy son recordadas más por él que por las películas en sí.
Dean simboliza además la juventud rebelde, incomprendida, idealista, y también la juventud fracasada, simboliza, ante todo, al antihéroe al que la sociedad con sus convencionalismos y cortapisas no ha dejado ser héroe y ha convertido todo su talento en un fracaso, Dean es el Aquiles moderno, que no fue heroico precisamente por el tiempo que le tocó vivir, y con eso nos identificamos todos los jóvenes cuando vimos Gigante, sin duda aquel personaje, aquel actor, éramos nosotros y representaba en potencia todo lo que no nos dejaron ser, de ahí la rebeldía de sus papeles, esa rebeldía tan medida que él supo imprimir a sus personajes siempre en el filo de la vida pero siempre a la vez tan rotundamente, profundamente, radicalmente, intensamente, humanos, heroicos, sacrificados.
Es una de esas películas hoy clásicos indiscutibles del séptimo arte, aunque decir esto suene a tópico, pero así es, y poder contemplar el duelo interpretativo entre Taylor y Dean es más de lo que uno puede pedir, siendo sin dudarlo ese legado para la posteridad un lujo indiscutible no ya de la historia del cine sino de la historia de la cultura, parecen hechos el uno para el otro, como anillo al dedo, dos fragilidades frente a frente, la de ella disfrazada de fortaleza, la de él disfrazada de coraje, pero debilidades al fin que al final descarrilarán, tanto fue el descarrile que Dean se mataría conduciendo su deportivo después de rodar la última escena de la película, la vida proyectada sobre el celuloide, y el celuloide proyectado sobre la vida.
Viendo películas como ésta uno llega a la conclusión de que el mayor avance en la historia del hombre después del la palabra es, sin dudarlo, el cine.

El paseante

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