miércoles, 9 de abril de 2014

Pues aquello fue fenomenal (Aventura veneciana 6).




Pues aquello fue fenomenal, el diablo resultó ser en realidad un tipo estupendo, muy simpático y divertido, me lo pasé muy bien con él mientras deambulábamos sin rumbo fijo por entre las callejuelas y los canales de Venecia a la luz de la luna llena, de vez en cuando le miraba y cada vez le veía con una imagen diferente o eso me parecía, al cabo de un rato comenzó a amanecer, pero a él le pareció que era demasiado pronto para que amaneciera y echó el sol para atrás en el horizonte, lo retuvo así hasta que le pareció, ya sabes Bety que cuando amanece él desaparece y como según él mi compañía le era tan grata y mi conversación tan amena no quería que terminara tan pronto, así que seguimos callejeando y charlando, charlamos de todo lo divino y lo humano, o por mejor decir de todo lo diabólico y humano, que viene a ser lo mismo pero a sensu contrario, me habló de su infundada mala fama y de que en realidad él había fundado igualmente una religión con seguidores a nivel mundial y que en lugar de predicar el bien predicaban el mal, pero que en verdad no se trataba del mal sino del bien que ellos entendían como tal, solamente que era todo lo opuesto al bien que se considera como tal por los católicos.

Esta parte no la entendí muy bien al principio, me produjo cierta confusión, me lié, quedé algo descolocado, pero él me daba ejemplos de que en realidad el falso bien era en realidad el mal bajo una capa de falsas coartadas morales, y el falso mal no era sino la verdad en toda su crudeza, tapada por ese falso bien de los católicos desde siempre. Y que el falso bien causaba más y peores males de los que causaría el falso mal si se aplicara al 100%.

En realidad, me dijo, sus seguidores eran los que de verdad hacían el bien a la humanidad y trataban de salvar al mundo de las garras del falso bien, incluso pretendió convencerme de que Dios estaba a su favor porque toda su Iglesia estaba en realidad en su contra, en contra de Dios, y que el gran error de Dios fue dejarse llevar por los intrigantes y echarle a él, al diablo, del cielo, con él habrían ido las cosas mejor, hubieran sido diferentes, y la humanidad no estaría en la situación en la que ahora está.

Venecia empezaba a resplandecer bajo una tenue luz tamizada en reflejos dorados sobre las evanescentes aguas de la laguna que comenzaba a refulgir suavemente en el horizonte lejano, irreal, oscurecido aún apenas por la noche que se marchaba junto con la luna ya débil, pálida y mortecina. La noche parecía despedirse de nosotros, decirnos adiós en un delicado minué de sombras que se desvanecían y luces que comenzaban a nacer. De un momento a otro Venecia comenzó a lucir como una preciada joya, como un valioso diamante al que nada parecía pudiera ya nunca volver a oscurecer.

Se despidió de mí hasta la próxima noche, me dijo que nos encontraríamos en el mismo lugar en el que nos habíamos encontrado esa noche y que me llevaría una sorpresa, un regalo, que iba a cambiar mi vida desde ese momento en adelante.

Volví a mi hotel pensativo, crucé la Plaza de San Marcos todavía vacía de turistas con las palomas levantando el vuelo agitadas a mi paso y entré en el hotel, llegué a la habitación y me tumbé en la cama, en el momento me quedé dormido y una potente luz me deslumbró en sueños, allí estaba él, era Dios de nuevo, había vuelto junto a mí y me sonreía como si nada hubiera pasado, no estaba enfadado conmigo, más bien le noté más cariñoso y protector que nunca, notaba como me acariciaba en sueños y repetía mi nombre, cuando me desperté era la hora de comer, me di una ducha y me fui a comer a mi restaurante favorito, La Casa de la Aurelia en la Fondamenta Nova, mientras caminaba cruzando Venecia de oeste a este fui pensando en que sólo tenía reserva en el hotel para una noche más, luego me tenía que marchar y por ahora no había reservado habitación en ningún otro hotel, imaginé que acabaría tirado en la calle, un mendigo veneciano me dije a mí mismo y me sonreí para mis adentros mientras contemplaba una góndola pasar cargada de turistas japoneses por un pequeño canal secundario, al cruzar un puente volví a encontrarme de frente con la troupe de japoneses que me acribillaron a fotos mientras chillaban desesperados como si hubieran visto al mismo diablo.


(continuará)


El paseante

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