miércoles, 11 de enero de 2012

Books.


Books in my bedroom.

No sé ya donde meter tantos libros como tengo pero me gusta estar rodeado de ellos, me producen bienestar, una especie de efecto placebo, el conocimiento flota en torno a los tomos perfectamente alineados y multiplican en progresión aritmética tanto saber acumulado.
Mi casa es como un cerebro lleno de libros, un cerebro electrónico sin electrónica, lleno de hojas de papel impresas, la mayoría ya amarillentas, "cuando el tiempo se ponga amarillo sobre el papel de mis libros...", mis libros favoritos son los más vetustos, la celulosa va cambiando de color y en ocasiones pasa del amarillo al marrón, delicioso entonces releer el libro, se imagina uno volviendo al pasado, se imagina uno siendo el que ayer fue y leyó el libro.
Tengo un plan de relectura en función del color que va tomando el papel, cuando ya amarillo empieza a tornar en ocre es cuando hay que releerlo, ése es el otoño del libro, cuando va cediendo su imperio al paso del tiempo, entonces hay que rescatarlo y volver a extraer de él toda su savia de nuevo, toda su ancestral sabiduría.
Me duermo cada noche mirando esta pila de libros que humilde parece apoyarse contra la pared para descansar también, se duermen los libros a mi lado, a la cabecera de mi cama, y me van contando al oído todas sus historias, cuentos aprendidos del ayer, ingenio de otros que se transmite generación tras generación.
Creo que no hay obra mayor del hombre que el pensamiento que ha ido quedando en los libros esparcido y que se va transmitiendo de unos a otros, es inagotable, el libro es imprescindible en el saber, en el aprendizaje, en la reflexión.
Y pensar que todos los libros de mi casa cabrían en un aparato de esos que usan ahora para leer libros.
No podría sustituir a mis amados libros por semejante artilugio porque mis libros son una parte de mí, de mi geografía emocional, sentimental, intelectual, de las fases de mi vida.
Veo en el metro a los otros que leen en esos aparatos de leer libros y siento tristeza, entonces tomo entre mis manos aún con más fuerza el libro que voy leyendo y le prometo que nunca le abandonaré y que siempre le querré, y que volveré a él cuando sea viejo para leerlo de nuevo.
El libro, siempre el libro, claro.

el paseante

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