miércoles, 7 de noviembre de 2012

El paisaje.



En esta lamasería, debido a la gran altitud en que se hallaba, teníamos aún luz del día, mientras que hacia abajo se cubría todo de sombras moradas y soplaba el el viento de la noche agitando la escasa vegetación. El sol se ponía por detrás de las lejanas cumbres y por fin también nosotros quedamos a oscuras. El paisaje, por debajo de nosotros, parecía un lago negro. En ninguna parte brillaba un destello de luz. En todo lo que podía abarcar la mirada no había ni un ser viviente, una vez pasados los límites de la lamasería. Al ocultarse el sol, el viento de la noche, cumpliendo órdenes de los dioses, barrió todos los rincones de la tierra. después de recorrer el valle, se encontró aprisionado por las faldas de las montañas y subió hacia nosotros con un rugido ensordecedor y lúgubre, como una caracola gigantesca que nos llamase a los servicios religiosos. Escuchamos los crujidos misteriosos de las rocas que se movían y contraían al pasar el calor del día. Las estrellas relucían en el tenebroso cielo. Los ancianos decían que las legiones de Késar habían arrojado sus lanzas al Suelo del Cielo obedeciendo una orden de Buda y que las estrellas no eran sino las luces de la Sala celestial que brillaban a través de los agujeros hechos por las puntas de las lanzas.

Lobsang Rampa
El tercer ojo


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