martes, 6 de noviembre de 2012

El otoño y la melancolía.



El otoño, ya está aquí, ya ha llegado, un año más, como todos los años nos visita el otoño, es lo que tienen las estaciones climatológicas, son cíclicas, se repiten todos los años, suponen una variación previsible, con el discurrir de los años uno va perdiendo su capacidad de sorpresa ante el cambio de las estaciones, cosas de la edad, hacerse mayor es precisamente eso, perder la capacidad de sorprenderse por las cosas, porque es difícil encontrar algo nuevo, sorprendente, desconocido, cuando uno es adulto, el niño sin embargo disfruta con todo porque todo es nuevo, sorprendente, desconocido, para él, ¡quién fuera niño!, o mejor dicho, quién fuera amnesico, sería como volver a nacer, aunque niño no se fuera físicamente, mentalmente uno volvería a sentir curiosidades.
La novedad, la sorpresa, lo desconocido, el juego, la experimentación, la pregunta, el querer saber, conocer, averiguar, todo esto es la patria del niño, el mundo del niño, el permanente afán del niño que el paso de la vida va templando hasta que desaparece el niño que fuimos y aparece en su lugar el adulto descreído y sabiondo que somos.
Yo soy un adulto descreído y sabiondo que ha visto muchos otoños ya y al que el otoño le resulta previsiblemente aburrido, uno como adulto es incapaz de vivir las cosas, se limita a contemplarlas, observarlas, enjuiciarlas, valorarlas, la reflexión pone en el adulto una distancia que le impide vivir la realidad, porque ve la realidad desde el aprendizaje previo y no desde la realidad misma, es decir, el adulto no se mezcla con la realidad, no es ya parte de esa realidad que hay que experimentar, se limita a trasponerla a su pensamiento y ahí la deja desnaturalizada, transformada, inútil, el adulto fagocita la realidad, la anula, con su pensamiento.
En el otoño las hojas de los árboles cambian de color y se caen, llueve, se forman charcos en la calle, hace viento, refresca, hay que abrigarse más, se nubla el cielo, comemos cosas diferentes, pasamos más tiempo en casa, anochece antes, se aproxima la navidad. Todo esto no cambia nunca, todo esto y muchos detalles más, el niño lo va aprendiendo año tras año y deja todo esto de sorprenderle, al final el otoño deja de ser un experimento y se convierte en una rutina y cuando es adulto realmente ni ve ya el otoño, el otoño ha desaparecido engullido en su mente devoradora, trituradora, destructora de lo real.
Imagino a los niños meter lo pies en los charcos, quererse mojar bajo la lluvia, dar patadas a las hojas secas amontonadas en el suelo, mirar nostálgicos por la ventana a la calle, preguntar por la navidad, preguntar qué son los niscalos, probar los niscalos por primera vez, hacer gestos raros de sorpresa a ese nuevo sabor.
Se divierten, la vida es pura diversión para ellos, recuerdo cuando la vida era diversión para mí.
Y me pregunto qué se puede hacer para mirar cada día la vida con ojos nuevos, no lo sé, lo intento pero fracaso.
El niño contempla el mundo desde la emoción, el adulto lo contempla desde el pensamiento.
Y me pregunto qué se puede hacer para mirar cada día la vida con ojos nuevos, no lo sé, lo intento pero fracaso.
Os propongo un otoño diferente, un otoño infantil, intentar volver a ser un poco niño, así nos vamos preparando para la navidad, ¿os apuntáis?

el paseante

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