miércoles, 2 de noviembre de 2011

El hundimiento del Titanic.


CANTO XII

De ahora en adelante todo marchará según lo planeado.
El casco de hierro ya no palpita, la máquinas
permanecen quietas, el fuego se ha apagado hace tiempo.
¿Qué ocurre? ¿por qué no avanzamos? ¡Escucha!
Alguien murmura en cubierta, rezando rosarios.
El mar es un cristal, negro, liso. Noche sin luna.
Por favor, no os preocupéis. Nada se ha roto a bordo,
ni un vaso, ni una copa de champán. Todos esperan
en pequeños grupos, sin hablar, inquietos, obedientes,
Con abrigos de piel, batas y monos.
Los cables se enrollan, se les quitan los toldos
a los botes, se bajan los pescantes. Los pasajeros
parecen ligeramente drogados. Este músico, por ejemplo,
arrastra un violoncello por la interminable cubierta,
arañando y desgarrando los tablones,
y uno comienza a pensar: Deben de ser alucinaciones.
¡Mira, han disparado un cohete de señales!
Pero no es más que un débil silbido, una llama azulada
que surca el cielo y se refleja en rostros vacíos.
Silenciosos, ascensoristas, masajistas y panaderos se alinean en cubierta.
A bordo del California, un barcucho decrépito,
a doce millas de distancia, el telegrafista se vuelve
en su litera y se queda dormido.
¡Atención! ¡Las mujeres y los niños primero! ¿Por qué será?
respuesta: We are prepared to go down like gentelmen.
Ya veo. Detrás quedan mil seiscientos. Una calma increíble
reina a bordo. Les habla el capitán. Son ahora las dos en punto,
y ordeno: Sálvese quien pueda. ¡Música maestro!
El director de la orquesta levanta su batuta
para interpretar la última pieza.

Hans Magnus Enzensberger. El hundimiento del Titanic.

1 comentario:

  1. Me recuerda a la crisis presente....igual de real el escenario...musica maestro!!!

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