martes, 8 de enero de 2013

El cuadro de la semana. Venecia, La Piazzetta. Camille Corot. 1834.




Lo primero que llama poderosamente la atención es el uso que el pintor hace de la luz, o mejor dicho, cómo capta la luz en el cuadro, se diría que la luz es la principal protagonista del cuadro, una luz total, parece una intensa luz estival, de un mediodía del tórrido verano veneciano, una luz de una belleza arrebatadora reflejada sobre la Piazzetta de San Marcos haciendo destacar aún más si cabe su belleza y su cualidad de escenario abierto al mar, cuyo telón de fondo no es sino la eternidad del mar, su infinita perspectiva brumosa como un confín inabarcable en el que el alma entra en una especie de soñera y se despega de todo, se inmaterializa por fin y se pierde en la laguna veneciana, en la calma de su agua detenida como en un instante infinito.

Me parece estar allí, me parece estar oliendo el salitre de la laguna, el dulce aire húmedo, perfumado por el mar, entra en mí y me deleita con su tenue aroma de vida, de universo, con su atronadora presencia que me transporta más allá de mí, que trastorna mi existencia de hombre y me convierte en un pequeño dios, en un aprendiz de dios, en un dios doméstico, en un dios de andar por casa, un pequeño dios, en apenas un dios, apenas un hombre, que duda si dejar de ser hombre para convertirse en un casi dios, preguntándose qué es más, qué es más conveniente, recomendable, sabio, si seguir siendo hombre o ser casi un dios por un instante, por el breve instante de tiempo que dura la contemplación arrebatadora de esta intensa belleza que un hombre es incapaz de asimilar totalmente salvo que durante un momento se trasmute en un pequeño dios, en ese aprendiz de dios que todo hombre lleva dentro como una gota de la sabiduría divina derramada sobre él al nacer.

No lo sé, se me embadurna la conciencia de calor, colores, sensaciones, olores, me mareo, pierdo casi la consciencia, me trasporto a un más allá inverosímil pero cierto, que está sucediendo, que es real, que es, al menos, mi realidad, y todo esto por un cuadro, por la contemplación de un cuadro, que me hace rememorar un instante del pasado, un recuerdo que yacía dormido y olvidado en la memoria y que este lienzo hace que despierte con la furia que en el pasado tuvo, con la misma furia con la que en aquel entonces me aniquiló la conciencia de hombre y me despertó la conciencia de dios.

El paseante

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