miércoles, 16 de enero de 2013

Crítica teatral. La anarquista. David Mamet. Teatro Español.




Pecados de juventud.

Se hizo terrorista más por amor que por convicción, más por seducción que por razonamiento, mató a un policía y en el fondo siempre creyó que tan terrorista es el Estado al que representa el policía como el anarquista, la fuerza que esgrimen es la misma, la fuerza del cañón de la pistola y la bala, hay un momento que para exculparse del crimen dice que el policía tenía también una pistola y que podía haberla utilizado.

La obra, un duelo dialéctico entre la funcionaria que debe aprobar la libertad condicional y la anarquista que lleva 35 años en prisión por el crimen cometido, plantea el problema del perdón y de la redención, del arrepentimiento, de si es posible el arrepentimiento verdadero, y concluye, según pude entender, que no puede existir ese arrepentimiento como tal en tanto en cuanto la esencia del acto y la del pensamiento que le sirve de base es la misma, la persona.

Y eso es aplicable a cualquier acto de cualquier tipo, no sólo a un crimen, es como una especie de teoría de los actos propios, según la cual nadie puede ir en contra de sus actos propios.

Y al final el dilema queda abierto, o eso pretende el autor, no está claro cuál será la conclusión, si bien al fin parece imponerse la teoría de que no debe haber redención en tanto que el arrepentimiento y la petición de perdón no pueden ser sinceras, se basan en la necesidad de libertad, en el egoísmo en definitiva, el mismo egoísmo que llevó a la anarquista a matar.

Uno, o al menos yo, se pone de parte de la funcionaria de prisiones es este dilema, duelo dialéctico, interpretativo, pulso estremecedor de la conciencia en el que cualquiera se siente identificado y retratado en sus pequeñas infamias.

Al final la funcionaria desbarata el engaño interesado de la anarquista que no busca sino la satisfacción de su egoísmo personal sin estar realmente arrepentida.

Magníficas interpretaciones de Magüi Mira y Ana Wagener, y la dirección de escena de José Pascual, en una obra difícil por su sencillez representativa y su complejidad conceptual, es impecable, sobria y eficaz, muy directa y ceñida a la esencialidad del texto.

El paseante

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