El débil quejido de Yahel
Terminamos de recoger las tazas del desayuno, un trago largo de agua y listos. Los 4 dejamos la casa bajo un calor de justicia. El sonido de las cigarras a estas tempranas horas es un claro indicador de que el día será espeso.
Pep no tarda en empapar su camisa, la intensidad que pone en su trabajo más el peso y complejidad de su cámara lo explica. Consigue mimetizarse durante la visita de planta pasando casi desapercibido. El que no pudo pasar desapercibido fue nuestro paciente de año y medio Yahel, sus heridas y escoriaciones en piel debidas a la severa desnutrición, su débil quejido y la falta absoluta de fuerza lo convertirían en el protagonista de mi historia.
Girarlo en la cama para explorarlo boca arriba le cuesta a la Dra. Reina Llado, no precisamente por el peso, si no por la delicadeza que requiere. Sentir esos huesecitos bajo una delgada y estropeada capa de piel te deja huella.
Como también lo hace su mirada, profunda, negra, perdida... Vas cogiendo experiencia a la hora de descifrar la expresión de sus caras cuando llega el momento de la rendición. Por mucho que Reina gritara para sus adentros que aguantara, que se pondría bien, que esperara, Yahel parecía haber elegido su destino, el del descanso.
Foto: Pep Bonet/noor
Sor Danesh le preparó una bañerita a los pies de la cama. Cualquier adjetivo: gentileza, dulzura, cariño, paz... se quedarían cortos para describir el baño que esa madre daba a su hijo, como si sintiera que iba a ser el último... No mucho tiempo después, y desde la última sala, escuchábamos los lamentos de la mama de Yahel, llantos guturales, escalofriantes, que se hacían eco entre los árboles mangueros del recinto hospitalario. Nuestro joven amigo Yahel acababa de decidir, por si mismo, su descanso definitivo...
Debemos continuar con las urgencias pediatricas, por muy duras que sean las escenas que nos rodean. Uno de los casos vividos hoy nos recordó mucho al del año pasado en el que la Dra. Llado tuvo que donar sangre para salvar a un joven paciente con malaria. En esta ocasión el donante de nuestro pequeño tenía que ser el padre. Era la única opción para el bebe de 8 meses postrado sobre los brazos de su madre, la única opción para remontar una anemia severa producida por la Malaria. El padre no podía entender porque no era la madre la donante, explicaba que el tenía que trabajar y si daba sangre no podría.
Tras insistencia del personal médico y de Sor Danesh, parecía que estaba todo perdido. Cuando estábamos a punto de buscar un donante entre nosotros a Luis, directivo del Hospital, se le ocurrió ofrecerle 2 mangos y una cocacola si donaba sangre. No tardo en remangarse el brazo, minutos después su hijo recibía la sangre y el papa disfrutaba de su refresco.
Ya en la cena comentamos la valía de las religiosas Combonianas, mujeres sin descanso, trabajadoras sin horarios, que lo hacen por y para estas pobres gentes. Esto nos hace sentirnos minúsculos, ridículamente minúsculos. Al fin y al cabo nosotros venimos 2 semanas de las 52 que tiene el año, ¿qué es eso frente a toda una vida dedicada a hacer el bien?
Un consejo: Si eres feliz mira a la luna, es la misma luna que alumbra a mucha gente desdichada. Seguro que tu felicidad se reflejará en ellos.
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