jueves, 30 de octubre de 2014

Bruttini y el mar (Un asesino en las calles 57).




Bruttini y el mar

El chico tocaba el piano como los ángeles, desde niño su madre había intuido su sensibilidad y había procurado darle ocasión de desarrollarla recibiendo lecciones de piano, pero Bruttini no sólo sabía tocar el piano sino que tenía un genio creativo e improvisador, hacía variaciones sobre temas conocidos con gran carácter y personalidad, en ese momento estaba tocando Alfonsina y el mar en el piano que Carballo tenía en el salón de su apartamento, era sábado por la mañana y Bruttini, algo preocupado por la deriva que estaba tomando la vida de Carballo últimamente, se presentó a visitarle de forma imprevista, Carballo le abrió la puerta aún en pijama pese a estar ya el sol bastante alto, tenía un aspecto bastante acabado y olía a alcohol, Bruttini al pasar frente el dormitorio no pudo evitar echar un vistazo y pudo ver que encima de la mesilla de noche había una botella de whisky y un vaso a medio vaciar, entró en el salón y mientras Carballo tomaba una ducha se puso a improvisar en el piano, estaba tocando la canción favorita de Carballo, Alfonsina y el mar.
Los acordes resonaban en el pequeño apartamento de Carballo como si fuera una caja de resonancia, todo el espacio era invadido por la sonoridad de la música, el ritmo trepidante con que Bruttini aceleraba los compases de la música a su antojo, haciendo que la canción se tambalease como si fuera a precipitarse desde las alturas de los edificios de la Gran Vía que se veían a través de los ventanales y luego se elevara hasta el cielo iluminado por el radiante sol de esa mañana de comienzos del otoño, Carballo oía el espectáculo de esa maravillosa música desde el baño, se estaba afeitando mientras contemplaba las bolsas de sus ojos que la noche anterior había dejado en su rostro los efectos del alcohol, se veía envejecido, acabado, triste, sin ilusiones, pero aquella música, aquélla música, aquella música…, realmente le acariciaba el alma y hacía que su alma se elevara y se olvidara de todo lo malo y se reconciliara con todo y con todos, y, sobre todo, esto era lo más importante, consigo mismo, lo que no consiguiera el chaval no lo conseguiría nadie, estaba claro, allí estaba sentado ante el piano tocando frenéticamente mientras de sus manos salía ese bálsamo musical que todo lo curaba.
El piano de cola del salón de Carballo era realmente una joya, Carballo compró el apartamento con el piano dentro, el piso perteneció antes a un profesor de música y canto, cuando le vendió el piso a Carballo le dijo que no podía llevarse el piano consigo a donde iba, Carballo pensó aprender a tocarlo pero fue inútil, recibió unas cuantas lecciones pero definitivamente no estaba dotado para la música ni para nada relacionado con la creatividad o el arte, disfrutaba  con el arte, lo valoraba, sabía apreciarlo, pero para nada era capaz de ponerlo en práctica, sencillamente no tenía ese don.  El piano quedó en paro forzoso hasta que Bruttini comenzó a tocarlo cuando visitaba de tarde en tarde a Carballo, aquellas fugaces veladas musicales deleitaban por demás a Carballo, Bruttini parecía realmente un ángel sentado inclinado frente al piano tocando apasionada o delicadamente al contraluz del gran ventanal del salón a través del cual se divisaba la Gran Vía con sus altos edificios estilo años 30 de fondo, el ruido del tráfico que normalmente subía desde la calle desaparecía totalmente con los acordes del piano cuya tapa entreabierta permitía observar desde lejos el golpeteo de los pequeños martillos sobre las metálicas cuerdas.
Generalmente Bruttini acababa exhausto, tal era su entrega a la música que cuando terminaba parecía que había recibido una gran descarga eléctrica, una especie de electroshock, o algo parecido, se levantaba parsimonioso del asiento, y obnubilado aún, como en trance, se dirigía ausente al sofá donde se recostaba y se quedaba mirando al techo sin parpadear durante un rato hasta que súbitamente decía:
 
(continuará)


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