miércoles, 19 de junio de 2013

La lectura del fin de semana. Alma de gato. Ruth Berger. 2011.



Estoy leyendo este libro que me ha dejado mi padre que es también un gran amigo de los animales en general y de los gatos en particular, me está encantando y emocionando, me siento reflejado en las anécdotas, vivencias y experiencias que se contienen en los testimonios del libro, me sonrío, me identifico con lo que cuentan sus protagonistas, tener un gato, convivir con un gato es una experiencia única que te enriquece y ayuda a que te conozcas mejor, yo no sería el que soy si no hubiera tenido a mis queridos gatos, amados por mí, y habiendo sido yo tan querido por ellos.

El amor fluye entre uno y sus mascotas, los gatos son los reyes de la inteligencia emocional, nada que ver con la mayoría de las personas, la pareja ideal del hombre es un gato sin lugar a dudas, si pretendes recibir de una persona todo lo que un gato te da es tarea inútil, de ahí que la mayoría de las personas que están solas tengan un gato, con ellos es suficiente, son insuperables.

Tranquilos, pacientes, amorosos, hermosos, delicados, divertidos, relajantes...

Acariciar un gato es una experiencia única, Dios creó el gato para que el hombre supiera qué se siente al caraciar un león.

el paseante

(dedico esta entrada a mis queridos gatos Lulú, Rudi, Pipi, Sindi, Nacha-Minie y Negrito-King, con todo mi amor)
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“Venía corriendo a verme, maullando de alegría”

Jose (delineante)
Gato: Magic

Magic llegó a casa en 1993. Hacía unos meses que mi abuelo había muerto y mis padres pensaron que ese animalito podría ayudarnos a superar la tristeza.
En esa época, yo todavía vivía con mis padres y mi abuela, y pasé grandes momentos con Magic. Sin embargo, cuando me independicé, decidí no tener gato. Pasaba muchas horas fuera de casa y me era imposible poder cuidar de un animal como debía. Además, Magic seguía en casa de mis padres, así que podía visitarle siempre que quisiera.
Era un  siamés bastante curioso. Cuando era pequeño, llegamos a pensar que era ciego o que le pasaba algo en los ojos, porque se golpeaba contra todo lo que encontraba por el camino. Luego se le pasó.
Más tarde, empezó la época de intentar “escapar”. Iba a saludar a cualquiera que entraba en casa. Venía corriendo a verte, maullando de alegría, y tú te pensabas que venía a saludarte, pero lo que realmente intentaba era salir por la puerta. Tenías que ser muy rápido en cerrarla, porque, si no, el muy pillo salía a la calle.
Era un gato muy cariñoso con todo el mundo, aunque a veces, después de reclamar mimos y de recibirlos, decidía morderte la mano. Era su forma particular de decirte que ya podías parar.
Mientras estuve en casa de mis padres, Magic se subía a mi cama a dormir, acomodándose sobre mis pies o entre mis piernas, lo que hacía que no me pudiera mover en toda la noche.
Cuando ya me había independizado, si iba a ver a mi familia y me quedaba a dormir, Magic rememoraba los viejos tiempos con una visita nocturna para acurrucarse en mi colchón.
Mi madre, cuando habla del gato, siempre recuerda una anécdota que ocurrió hace años. En aquella época, mi abuela vivía con nosotros y poco a poco se iba haciendo mayor, a la vez que perdía facultades. Todos teníamos muy consentido a Magic y le permitíamos que se subiera encima de nosotros, nos arañara, que nos marcara con mordiscos cuando ya no quería jugar… Pero a mi abuela la respetaba casi de forma reverencial.
Cuando se rompió la cadera y se quedó muy débil, Magic se situaba en silencio a su lado y hasta que mi abuela no le hacía una señal para que subiera, no subía a su cama. La quería mucho.
Un día mi abuela se desplomó en medio del comedor. Había muerto.
El gato la encontró allí y se quedó en un rincón, observándola. Sabía que algo había pasado, y le brillaban los ojos como si estuviera llorando.
Cuando se llevaron a mi abuela, Magic se acercó al lugar donde ella había muerto y se quedó allí, rascando el suelo, como queriendo tapar algo. Tal vez quería borrar lo que había pasado, o tal vez era su manera de despedirse, de enterrarla.
Durante los días siguientes visitaba el lugar y la buscaba. Es curioso cómo los animales saben reconocer cuándo un ser querido se está yendo y cómo demuestran su pena por la pérdida.
Magic estuvo diecisiete años en la familia. Yo conviví con él durante diez años, pero lo seguí viendo a menudo. Lo vi envejecer y estuve presente cuando dejó este mundo.
Ocurrió hace unos años. Hacía tiempo que se estaba apagando, y una mañana, estando yo en casa de mis padres, al despertar me dijeron que fuera a verlo. Al parecer había pasado muy mala noche.
Bajé las escaleras por las que él, un año atrás, hubiera subido a darme los buenos días o bajado corriendo para salir a la calle. Sus arañazos y mordiscos, sus juegos y ronroneos no me esperaban. Estaba en su cesta de mimbre, acomodado en sus cojines, pero exhausto. Me miró de reojo. Parecía como si me estuviera esperando. No me saludó con su habitual “miauuuu”, pero lo hizo con un leve movimiento de cola, y vi cómo daba su último suspiro. Era su manera de despedirse de mí.
Fue un momento muy especial, extraño y doloroso, pero que ahora recuerdo con mucho cariño. El mismo que él me mostró al querer dedicarme su último adiós.

(Fragmento del libro Alma de gato de Ruth Berger)
 

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