lunes, 10 de junio de 2013

El tiempo sobre mi fotografía (6). Lord Jim.




Lord Jim

La foto está tomada en algún momento indeterminado entre finales de los 70 y comienzos de los 80, los 80 son nuestros, sin lugar a dudas, como dijo Ana Diosdado, entonces éramos tan jóvenes, apenas 20 años, se trata de un posado, tal y como dicen en la prensa rosa, es decir, le dije a mi madre que me tomara la fotografía delante de mi librería, orgulloso como estaba de los libros que había ido atesorando hasta aquel momento de ese lejano entonces, el gesto fingía ser natural sin serlo, el de estar tomando un libro de la librería y haber sido pillado, tal vez más que un posado se trataría de un pillado, como diría Jesús Mariñas, un falso pillado eso sí, un pillado fingido, aceptado, un dulce pillado que delata en su fingida e inocente falsedad la sonrisa que aún es dulcemente adolescente, aunque creo que esa sonrisa aún la conservo, es mi sonrisa sin más, la de siempre.

Por aquel entonces yo era un estudiante universitario que no sabía bien qué quería en la vida, hoy, más de 30 años después tampoco lo sé, simplemente, igual que entonces, trato de vivir de la mejor manera posible, es decir, con arreglo a mis convicciones y procurando mantener mi coherencia, una coherencia, igual a la de entonces, que es incoherente para todos excepto para mí.

Es la época de las absorbentes lecturas, de las compulsivas visitas a Espasa Calpe, de las tardes de teatro experimental, de los cinestudios, en concreto de mi añorado Cinestudio Griffith a la orilla del Manzanares, en un rincón tan romántico de Madrid que parecía salido de una novela de Conrad, es la época de las exposiciones de pintura, los conciertos en el Real, cuando el Real no era sino una decadente sala de conciertos para ricos y en la cual yo sólo podía ir a un gallinero tan alto que daba vértigo, la época de los pubs de la calle Huertas, de Malasaña, de Alonso Martínez y sus cervecerías, del bar de los pepinillos en la calle Hortaleza regentado por aquella entrañable pareja de ancianos que vivían en la trastienda, del mostrador de cinc con el agua siempre corriendo, y del suelo de vetusta tarima que crujía como la cubierta de un galeón antiguo.

La época de Bogart, Visconti, el neorrealismo, la nouvelle vague, el teatro de Bretch, La clave, La edad de oro, la época del primerísimo Almodóvar, el comienzo de los Alphaville, la movida madrileña, Morocco, El Sol, la Sala Morasol, La Riviera, el pub Malasaña, La Manuela, qué recuerdos…

La época de Antonio Vega, de Aute, de Sabina.

La época en que nació El País, Interviú, la época de Tierno Galván y sus bandos culteranos, bueno, mi época, poco más, yo entonces ya era el paseante sin saberlo aún, me pasaba el día paseando por Madrid, no tenía un duro y ése era mi entretenimiento, pasear por Madrid y mirar, mirar y pasear, así empecé a amar profundamente a mi ciudad y a perderme por ella encontrando lugares insospechados, rincones que a mí me parecían salidos de una novela de Conrad, tal vez de Lord Jim, esa novela que a mí me hizo creerme que yo era Lord Jim…

El paseante


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