viernes, 30 de septiembre de 2011

Siempre nos quedará Barcelona.



Me encanta la torre Agbar, es como un pene, parece un pene que penetrara la ciudad, ¿verdad?

Que no se moleste nadie, soy madrileño de familia madrileña pero me encanta Barcelona, lo siento, siempre que vuelvo me deleito contemplándola y viviéndola, me parece una ciudad única y tiene además para mí algo muy importante, está abierta al mar.

La primera vez que fuí tendría unos 11 años, mis tíos habían alquilado un apartamento en Premiá de Mar y les ofrecieron a mis padres que cuando ellos regresaran fuéramos nosotros para allá, eran otros tiempos, recuerdo que para darnos las llaves quedamos en parar en la carretera cuando nos viéramos, imaginar qué diferentes eran los tiempos, no se sabía dónde ni cuando se cruzarían los dos coches, había que ir atentos, y pararíamos cada uno en una dirección, cruzaríamos la carretera y nos darían las llaves del apartamento, increíble.

Digo "cruzaríamos" porque cruzamos la carretera toda la familia para dar un beso a los tíos, por supuesto.

De esa primera estancia recuerdo que yo estaba enfermo, pese a ser verano tenía una especie de gripe, tenía fiebre y la fiebre con calor se lleva fatal, y además Barcelona con ese calor húmedo que a los de Madrid nos agobia tanto, para colmo mi madre se empeñaba en ponerme un jersey de lana, en esa época te ponían un jersey si estabas malo aunque fuera verano, por si te destemplabas decían, la disculpa era que el jersey era blanco, eso me decía mi madre para convencerme, yo sudaba la gota gorda.

Recuerdo que con fiebre y jersey subímos una mañana al Tibidabo y en el Tibidabo subimos a la noria, y cuando la noria tenía nuestra cesta en lo más alto yo pensé tirarme porque ya no aguantaba más.

También recuerdo de aquel viaje a copito de nieve, la plaza de Cataluña y el Corte Inglés, la playa de la Barceloneta en la que llegamos a bañarnos pese el olor a petróleo que tenía entonces.

Pero sobre todo recuerdo que cuando se está enfermo no se tiene ánimo para nada.

Cada vez que vuelvo a Barcelona voy a todos los sitios a los que iba mi padre en sus viajes de trabajo a la ciudad, me alojo en el mismo hotel, voy a comer a los mismos restaurantes, bueno, menos el último viaje que hice, iba con un compañero de trabajo, mi padre me recomendó ir a cenar a Los caracoles, lugar típico en pleno barrio chino, a mi compañero de trabajo, hoy amigo pese a todo, el lugar le pareció cutre y no entramos, me llevó a otro lugar en plena Rambla que era de diseño, tampoco me dejó montar en el bus turístico, en venganza le hice montar en las Golondrinas, esos barquitos que recorren el puerto, se mareó en el barco y vomitó, mientras yo seguí contemplando la maravillosa perspectiva de la ciudad desde el mar.

Es que los de Madrid no valen para nada...

Barcelona ha cambiado mucho, recuerdo también que en una ocasión fuí solamente para ver la exposición del fotógrafo Robert Mappelthorpe en la Fundación Miró, y para pasearme por las Ramblas y llegar hasta la estatua de Colón y saludar al mediterráneo desde el puerto, siempre que contemplo el mar desde Barcelona me acuerdo de la canción de Serrat.

El paseante.
Septiembre 2011.

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