jueves, 15 de septiembre de 2011

Algunas ensoñaciones. Marcel Proust.


- Pero la sociedad se parece a los calidoscopios, que giran de vez en cuando, y va colocando de distinto modo elementos considerados como inmutables, con los que compone otra figura.

- Cuando se está enamorado, el amor es tan grande que no cabe en nosotros: irradia hacia la persona amada, se encuentra allí con una superficie que le corta el paso y le hace volverse a su punto de partida; y esa ternura que nos devuelve el choque, nuestra propia ternura, es lo que llamamos sentimientos ajenos, y nos gusta más nuestro amor al tornar que al ir, porque no notamos que procede de nosotros mismos.

- Si no hubiera costumbre, la vida debería parecer deliciosa a esos seres que estuviesen amenazados con morir en cualquier momento, es decir, a todos los humanos.

- Llevaba yo en mí viejos ensueños que databan de mi infancia, y en esos ensueños toda la ternura que vivía en mi seno, pero que precisamente por ser mía no se distinguía de mi corazón, se me aparecía como traída por un ser enteramente distinto de mí.

- Porque a fuerza de practicar la soledad llegó a enamorarse de ella, como ocurre con toda gran cosa que empezó por darnos miedo porque sabíamos que era incompatible con otras insignificantes a las que teníamos apego, esas cosas de las cuales parece que nos priva la soledad, cuando en realidad lo que hace es quitarnos el cariño de ellas. Y antes de conocer la soledad, toda nuestra preocupación estriba en saber hasta qué punto será conciliable con ciertos placeres que dejan de ser tales en cuanto trabamos conocimiento con ella.

Marcel Proust.
A la sombra de las muchachas en flor.

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