viernes, 29 de abril de 2016

La película de la semana. Sansón y Dalila. Cecil B. DeMille. 1949.





Dos películas de la semana en una misma semana, esto rompe las reglas del blog, pero las reglas están para romperse, de no ser así dejarían de ser reglas, ayer por la tarde fui de nuevo a la filmoteca, había leído en el programa el título y que actuaba George Sanders, la percepción es tan selectiva, creí que iba a ver una transposición del mito bíblico al Manhattan de los años 40, vamos, una especie de Eva al desnudo en plan mito, pero no, tan pronto comenzó recordé que se trataba de un péplum de los que veía con delectación en los Espacial vacaciones de la tele en navidades cuando era niño, recuerdo la melodía del Espacial vacaciones, era para mí la melodía de la felicidad que interrumpía la monotonía de las largas tardes de vacaciones navideñas.

Me costó dilucidar quién era George Sanders, increíble, es el cónsul romano, sinceramente muy poco apropiado, parece interpretar el mismo papel que en Eva al desnudo, con una voz y una gestualidad poco propias de un cónsul de Roma, otra que está fuera de lugar totalmente es Angela Lansbury, parece salida de Queens, y además muere lanceada y queda clavada a una columna como si fuera un boquerón de una forma bastante innoble, lógico que la lanza se clavara en la columna porque todo era de cartón.

Hedy Lamarr y Victor Mature estupendos, espléndidos, como a medida del papel, dando cuerpo a una película que te transporta pese a su artificialidad y te hace desconectar del presente, como a la mitad me di cuenta que el tiempo había dejado de existir al contemplarla, igual que me pasaba de niño, me había metido totalmente en la película y había desconectado del presente, algo que sólo consigue el mejor cine.

De fondo la película hace pensar una vez más en los estragos que puede ocasionar el amor no correspondido y como el despecho puede generar verdaderos cataclismos, todo ello con el telón de fondo de los albores del cristianismo y la fe en Dios, al final la terrible Dalila vuelve al redil del amor y se inmola junto a su amado Sansón que la perdona entre las piedras del templo que se derrumba, colosal, sin efectos especiales queda todo mucho más creíble que con los tan de moda efectos especiales, uno se acostumbró al cartón piedra en las película de su infancia y todo lo demás le parece artificial.

Al sentarme en la butaca una señora sentada cerca platicaba con un señor muy mayor al que apenas se le entendía lo que decía, la señora hablaba para que la oyéramos todos menos el  señor que estaba sordo como una tapia, quería mostrarnos sus conocimientos cinéfilos al resto de la sala, venía a decir que Cecil B. DeMille rodó toda la Biblia en sus películas, y también que Victor Mature fue muy mal actor, que nunca la gustó y que parecía que tenía gesto de asco siempre, bueno, opiniones tenemos todos y en ocasiones nos gusta dárnoslas de enterados ante los demás, véase mi caso, pero el cine es mucho más que una erudición o una opinión, es un tú a tú del espectador con la pantalla, un diálogo íntimo como la lectura de un libro o la contemplación de una obra de arte, algo tremendamente subjetivo que te remueve interiormente según sea tu estado de ánimo, en ocasiones generalizar es anteponer un filtro que enturbia la contemplación libre de la película, la entregada contemplación de mi infancia a las películas de Especial vacaciones, sinceramente, a la hora de ver cine prefiero ser siempre un niño.


El paseante


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