jueves, 26 de noviembre de 2015

Hoy llegué tarde al trabajo por romanticismo.




Te cuento, hoy llegué tarde al trabajo por romanticismo, hay luna llena y me quedé asomado a la ventana hasta que desapareció detrás de la sierra de Guadarrama, su globo de oro fue lentamente ocultándose detrás de las últimas cimas nevadas, y mientras, el sol comenzaba a iluminar con su anaranjada luz toda la ciudad que comenzaba a despertarse bajo el azul cobalto del cielo con apenas alguna nube en forma de cohete, salí tarde de casa, comprende los motivos, antes había estado trasteando con un catalejo que me regaló hace años mi tío y con el cual miro a la luna, pero hoy no atinaba a verla bien con el catalejo, mi pulso es tan incierto y el catalejo tan difícil de enfocar, entonces me puse mis gafas de miope y allí aparecieron sus grandes manchas que asemejan continentes y su luz, toda su luz, esa luz que me alimenta y me deja absorto de su belleza, esa belleza única de planeta solitario que parece está pidiendo amor, el resultado es que llegué a las 9:15 al trabajo, eso creo, ni me fijé muy bien en la hora de fichaje porque seguía viendo la luna dentro de mí aunque ya no estaba, como si fuera la esfera de un reloj que no marcara las horas, llevaba la luna dentro de mí como si me la hubiera tragado, espero que vuelva a salir esta noche y si la cosa sigue, si no desaparece, me iré al pueblo aún con el frío que hace, para verla allí como en ningún lugar se la ve, eterna, rodeada de un manto de estrellas, silenciosa como un enigma que no tiene fin.

El paseante

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