lunes, 17 de septiembre de 2018

VIAJE A ESCANDINAVIA JULIO DE 2018: REFLEXIONES DE PARTIDA.





AEROPUERTO DE MADRID T4 30-07-2018

Partimos con la esperanza de encontrar un espacio limpio y diferente, una tierra que contraste con la original de uno mismo. El desplazamiento espacial y temporal que supone un viaje, es una oportunidad para reflexionar sobre el cambio. Los contrastes culturales proporcionan estímulos visuales, nuevos olores, sabores, y en general nuevas percepciones, que abren la ventana de un mundo nuevo.
Uno vive en su rutina, su micromundo y aferrado a una serie de valores y estimulaciones culturales que proporcionan estabilidad, pero al mismo tiempo te hacen esclavo de tu propio mundo. El viajero abierto, observa y procesa el nuevo mundo con la permeabilidad perceptiva y la curiosidad del niño; Archiva la imagen, el concepto, los valores, las ideas, y los pasa por el filtro  comparativo de su bagaje, al que nos aferramos, del que nos cuesta salir, y es más, nos da pánico desprendernos de las ideas que llevamos en la mochila.
Pero lo más importante no es el cambio, sino como he dicho en otras ocasiones “La gestión del mismo”: Si eliminamos estructuras, ideas, conceptos, debemos sustituirlos y/o complementar a los que ya tenemos. En un primer momento puede resultar incómodo. De  algún modo estamos ante un proceso de duelo, en el que nuestro pensamiento primitivo muere, se matiza, o se complementa dando paso a una nueva etapa en nuestro mundo interior, que se refleja como es lógico en nuestra conducta y en nuestro mundo exterior.
El viajero, necesita estar abierto, sin prejuicios ni etnocentrismos culturales, sin dogmas de ningún tipo. Por eso existe una fase previa para conseguir lo anterior en la que se ha de domesticar al “Ego”. El ego tiende a tomar las riendas de tu pensamiento, incorporando el concepto de que lo que piensas no puede ser mejor que lo que percibes. Es el ego el primer elemento que frena el cambio. Es el ego el que otorga al viajero un sentimiento de superioridad, de supremacía de mi grupo sobre los demás. El ego nunca piensa que se puede aprender de los demás, el ego piensa que ya lo sabe todo, o al menos lo que necesita saber.
La domesticación del ego, implica tomar el rumbo de tu interior, a través del ser esencial que llevas dentro, eliminando la neblina y las tormentas afectivas que ocultan la esencia del ser humano.
¿Qué esperas de este viaje?, me pregunto: “Pasarlo bien, ver cosas bonitas, conocer otras culturas, otras gentes, descansar, y romper con la rutina diaria”.
Estamos en la pista de despegue, el avión progresa hasta la pista, una intensa luz brillante penetra por mi ventanilla, irritando las conjuntivas de los ojos inyectados en sangre debido al cansancio del madrugón. Estamos a punto de despegar, el cronómetro ya está en marcha; un sonido rápido e intenso procedente del motor me indica que estamos a punto del despegue. Ya estamos arriba; surcamos el aire soleado de Madrid. Dejamos atrás nuestra cultura, nuestro idioma, a nuestros ancestros, y vamos camino de tierras Vikingas, en busca en forma salvaje de otro tipo de reminiscencias, nuevas, soñadas, anheladas, o vividas en alguna  otra vida, o en alguno de tus propios sueños premonitorios.
En este viaje pido que os desprendáis de los prejuicios, vuestras ideas, en la medida de lo posible, de vuestros valores más dogmáticos, pero sobre todo bloquear lo más posible la incursión del ego.
Ser viajeros abiertos, libres, limpios, vacíos de condicionantes que hacen que el aprendizaje y la experiencia vivida sea refractaria, debido a una barrera protectora capitaneada por el ego.
Nos dirigimos a Copenhage, capital de Dinamarca a iniciar nuestra primera etapa del viaje. 

Bob Curtis


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