miércoles, 14 de noviembre de 2018

Prendas de vestir míticas. Primark.



Comprar en Primark  es una experiencia diferente, cercana a la diversión y el espectáculo, embriagadora.


La moda femenina, nunca como ahora de accesible y variada, y bonita, en hombre también pasa aunque siendo más limitadas las posibilidades cada vez se amplía más, llama la atención la diferencia de espacio dedicado a una y otra en grandes almacenes como Primark, tres plantas para féminas, una planta para caballeros, más bien para jóvenes porque Primark tiene ropa muy juvenil, siguiendo la tendencia que se ha impuesto que todos vistamos jóvenes aunque ya no lo seamos, siempre rejuvenece, difícil vestir ahora de viejo, no se encuentra ropa.
Si fuera mujer no sabría qué ponerme, siendo hombre ya me resulta difícil por la variedad que hay, así que enfrentarme a tres plantas de ropa y complementos femeninos del tamaño de las de Primark sería demasiado, perdería la cabeza.
Primark de por sí tiene algo adictivo, me refiero al de Gran Vía, es como entrar en un casino, no puedes dejar de gastar, entre lo barato que es todo y lo atrayente que es, además la luz es favorecedora, te pruebas algo, te miras en el espejo y a la caja directamente como si te lo fueran a quitar, por otro lado si te gusta alguna prenda y no te la llevas en el momento al día siguiente puede ser que no haya ya ninguna por muchas que hubiera, prácticamente se renueva todo diariamente y no repiten prendas, es el éxito que tiene, eso y que innovan, siguen tendencias más que en otros lugares, y los precios imbatibles, la relación calidad-precio tampoco está tan mal.
Pero crea adicción, yo estoy tratando de rehabilitarme de las compras compulsivas, como soy muy ganguero me encanta comprar de saldo, cosas que me gusten, no tanto por la necesidad sino por el placer estético y el buen precio.
Lo mejor es ir, mirar y no comprar, hace poco tuve una experiencia curiosa desde el punto de vista psicológico, me compré en Primark una serie de prendas que no necesitaba, al llegar a casa comprobé que me venían justas de talla, las devolví, me ingresaron el dinero en la cuenta y curiosamente fui incapaz de volver a comprármelas en mi talla como era mi pretensión inicial, me dio pereza repetir la experiencia, simplemente ya la había vivido y no me atraía porque hubiera resultado algo rutinario, poco o nada motivador, sin adrenalina, lo que sucedió es que salí del establecimiento sin ellas y sentí una especie de liberación según bajaba la escalera mecánica, al poner el pie en la Gran Vía me sentía satisfecho conmigo mismo, había roto el maleficio, o más bien había sido consciente del verdadero motivo de esas compras, no era na necesidad sino el aburrimiento.
Pero eso no significa que no vaya a tener recaídas, llega uno a una edad en que ya no se consigue nada más que comprando y eso llena un cierto vacío, si bien tampoco te llena porque es una espiral imparable, como toda adicción, cada vez necesitas más.
Una antigua amiga mía se arruinó por su adicción a las compras pero ella no era una ganguera como yo, compraba abrigos de piel y joyas, cachivaches caros, depende del tipo de droga y de tus posibilidades, la moda se ha convertido ahora en una droga barata, el nuevo opio del pueblo que diría Marx.

El paseante ludópata


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