martes, 20 de noviembre de 2018

Mis veraneos en Ibiza (2). IBIZA ME ENSEÑÓ A VIVIR.





Creo que de las cosas que más huella me han dejado está el mediterráneo, algo hay de reconocimiento ancestral, genético, supongo, a saber las mil sangres que se juntan en mí, todas esas colonizaciones de culturas mediterráneas, yo huelo el mediterráneo hasta bien adentro de la península, lo respiro, y si subo a una cumbre de montaña por alejada que esté me parece ver el mar a lo lejos, desdibujado en la línea del cielo, imaginado por mí, irreal, aunque realmente allá a lo lejos esté pero no se alcance a ver, lo veo con los ojos de la imaginación, ningún mar como el mediterráneo me toca el corazón, es mi mar sin duda, en él me siento en mi casa.
Por eso me gustan tanto sus islas, porque en ellas estoy rodeado de mar y siento como su abrazo poderoso y me pongo a imaginar historias que con él tienen que ver, y pienso en Grecia, en Roma, en los fenicios, qué sé yo en lo que pienso, pienso sin pensar como si un conocimiento inmanente  que no sé formular en palabras surgiera de las profundidades de mí y se hermanara con el mar, y entonces me siento bien, como en casa.
Me alimenta ese mar, me nutre a un nivel muy profundo, como si me meciera la sola idea de su presencia, me acunara, y su húmeda cercanía me reconfortara.
Ibiza es el paradigma de lo que digo, más que otras islas quizás por su falta de consistencia, me explico, es como una nada en medio de la nada, un lugar vacío, sin historia, sin futuro, cada cual la llena de sí mismo, y todo eso en mitad del mar, te enfrenta a lo natural, lo eterno, al margen de todo progreso, de toda referencia histórica, Ibiza es un espacio en blanco en el cual puedes escribir o reescribir tu historia como si volvieras a nacer, por eso ha atraído desde siempre a tanta gente, por su disponibilidad, neutralidad, indiferencia, es un lugar exento de valoraciones, precedentes, limitaciones, que se deja colonizar, influenciar, invadir, en la certeza de que todos pasaremos sobre ella y ella permanecerá incólume, inacabable y que será como un imán siempre, no hay nada como lo que se deja poseer a sabiendas de que nunca lo poseerás finalmente porque en esa fugacidad se obtiene la felicidad momentánea del placer sin compromiso, obligaciones o límites, del cual hay que aprovecharse porque no podremos retenerlo, paradigma  de cualquier vida que nos enseña a vivir.
Ésa es la clave, Ibiza me enseñó a vivir.

El paseante


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