martes, 2 de octubre de 2018

Barcelona y yo.




Recuerdo mi primer contacto con Barcelona, era aún un niño, la visité un verano con mis padres, recuerdo que estaba constipado y tenía mucha fiebre, pese al calor aparezco en las fotos en el Tibidabo con un jersey de lana blanco que aún recuerdo, la fiebre interpuso entre la ciudad y yo un filtro a mi percepción tal vez distorsionándola, seguramente para bien y para mal, la fiebre hacía que me fijase con más ahínco en todo porque en ese sentimiento de desfallecimiento y falta de fuerzas me decía a mí mismo que debía aprovechar la ocasión, recuerdo un calor húmedo que para los de Madrid resultaba muy axfisiante, una luz cegadora, una arquitectura diferente y todo como muy ordenado y limpio, y el mar, Barcelona tenía mar, y playa, qué lujo pensé, y nos fuimos a bañar a la Barceloneta que entonces era una playa cutre y sucia pero que era mar, también vimos a copito de nieve el gorila blanco del zoo de Barcelona único en el mundo, aún conservo una postal con su imagen que compré allí mismo, en el zoo, y subimos en una especie de cesta en lo alto del Tibidabo desde la cual se divisaba en redondo toda la ciudad y el mar, mucho calor y solazo, pero de una gran belleza, también comimos en la cafetería de El Corte Inglés de la Plaza de Cataluña, buenísimo el buffet, tenía hasta cigalas, lo recuerdo, el catarro me abría el apetito, y paseamos por las Ramblas, vimos el Liceo y el monumento a Colón, en las fotos aparezco siempre desmadejado, como soñoliento, con el jersey blanco de lana en plena canícula veraniega. Un muñeco de trapo. También montamos en las Golondrinas, se me olvidaba.

Mi siguiente visita a Barcelona fue breve, como punto de partida de un viaje organizado barato por centro Europa, nos alojaron en un apartotel algo cutre, como venido a menos, en lo alto de la ciudad, una zona muy arbolada y tranquila, como viajaba single me dieron un apartamento para mí solo que tenía hasta una pequeña cocina, todo sucio y viejo, en cuanto llegué cogí el metro y me fui a dar una vuelta por las Ramblas.

Otra visita breve fue una escapada que hice desde Madrid para ver la exposición de Mappelthorpe en la Fundación Miró, pura modernidad, me fascinó la exposición, magnífico el artístico catálogo que conservo, por supuesto, y el edificio de la Fundación, su ubicación y las vistas de Barcelona desde lo alto, también las pinturas de Miró, tan pegado a la estética de Barcelona.

Después al cabo de los años he ido en alguna ocasión por motivos de trabajo, al Congreso de Calidad de Barcelona, en ocasiones al Palacio de Congresos y en otras a las salas de conferencias que hay en el puerto, resultaba espectacular cuando se descorrían las cortinas detrás de los ponentes y aparecía tras la cristalera un gran transatlántico, una imagen totalmente fellinesca.

En una ocasión estaba realizando mi speech en el estrado y el auditorio se quedó con la boca abierta y dijo ohhhhh!, yo me callé asustado preguntándome qué había dicho, pero al momento miré hacia atrás y vi que un transatlántico acababa de atracar a mi espalda pegado a la cristalera, me tranquilicé.

Iba como ponente y me pagaban todo, un lujo, hice buenos amigos entre mis colegas, las profesiones, al contrario de la política, unen más que separan.

Con frecuencia comí en un restaurante del puerto de pescados y mariscos, y arroces, buen apetito, no recuerdo el nombre, excelente, y pasear por las pasarelas de madera del puerto a cualquier hora era siempre una delicia.

Siempre elegía el hotel Cristal, muy agradable, en las Ramblas, más arriba de la plaza de Cataluña.

En estas escapadas profesionales conocí algo mejor la ciudad, su gastronomía, el barrio gótico, la catedral, parque Güell…, un pequeño café modernista en las Ramblas donde desayunaba.

Me gusta Barcelona, frente a Madrid es una ciudad mucho más abarcable, habitable, artística, más a medida del hombre, y el mar le da un toque único, una perspectiva, te relaja y pone en contacto con la naturaleza, en cuanto a los catalanes hay que tener en cuenta que ellos han construido aquello y el resto de su territorio que es igualmente interesante y sugerente, rico, al margen de los políticos y las reivindicaciones, apena ver esa bonancible prosperidad venida abajo y uno siente nostalgia de esa neutralidad tan pacífica que respiró allí.


El paseante


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