jueves, 17 de enero de 2019

Cafetería-pastelería Rocafría. Calle Barquillo 20.




A la vista está, véase la perspectiva, bicimad en primer plano, al fondo una panadería new age, a la izquierda una tienda de bombillas new age, justo delante el carril bici, y el bolardo torcido que junto con la fachada de la casa son lo único de estilo decimonónico, la vista es de la calle Prim esquina Barquillo, detrás del semáforo hay un estanco con, según publicita en su rótulo, cava de puros.
La foto está tomada desde dentro de la cafetería-pastelería Rocafría de la cual soy cliente habitual, en concreto desde una mesa que está pegada a la cristalera en un rincón pequeño como una especie de escaparate, me siento a comer junto al cristal y parezco una de esas putas de Amsterdam, todo el que pasa me mira primero a mí y luego a lo que estoy comiendo, creo que me gusta sentarme ahí porque así consigo que la gente me mire, a partir de cierta edad nos volvemos invisibles, nadie nos mira, aunque seguramente me miran porque antes les miro yo.
Un poco más arriba de la calle a la derecha está la sede de la ONCE, la cafetería suele tener clientes invidentes, también les veo pasar por la calle con sus perros lazarillos, supongo que van a recoger los cupones que luego venderán, los camareros tienen una sensibilidad y un cariño especial con todos los clientes pero de manera especial con los ciegos, les guían desde la puerta, les acomodan, hasta les cortan los alimentos y guían sus manos al plato para que lo sitúen, me produce satisfacción comprobar lo buenos profesionales que son y el buen corazón que tienen, en ocasiones me emociono viendo la entrega y el cariño con que tratan a los ciegos, para ellos son como de la familia.
El lugar es muy entrañable, mi camarero favorito es Carlitos, no recuerdo ya hace cuántos años que nos conocemos ni cuándo entré por primera vez allí, se pierde el dato en mi memoria, es como si hubiera estado allí desde siempre, desde que nací, esa sensación tengo.
Carlitos ya sabe lo que voy a pedir del menú antes de que lo pida, me trata como si fuera mi madre, me dice cosas como me decía mi madre cuando era pequeño, al entrar al comedor está la vitrina de los postres, espectaculares, el lugar es también pastelería y muy buena, me quedo parado mirando y siempre me dice que primero me coma la comida y luego ya veremos si hay postre, la nata que ponen es exquisita, en cuanto al menú mi plato favorito son los judiones, buenísimos, me llenan el plato hasta rebosar, con copete que suele decirse, los platos de cuchara los bordan y los pescados frescos a la parrilla los hacen también fenomenal, ayer comí unos chipirones de escándalo, me dió pena cuando terminé el plato de lo buenos que estaban, siempre pido de guarnición las patatas fritas, iguales a las de mi madre, y el postre, puff, inenarrable, con frecuencia es difícil elegir entre tanta exquisitez y variedad, flan con nata, natillas, tartas variadas, piña, zumo de naranja natural, merengue, suflé..., hasta roscón con nata en navidades, el mejor de Madrid.
Ayer el otro camarero del comedor me regañó, lo que digo, son como mi madre, por lo visto el último día que fui le dije que la próxima vez iba a pedir roscón con nata y como ví que la piña era muy apetecible cambié, le pedí disculpas respetuosamente, realmente no debí hacerlo, mea culpa.
Bueno, pues ese cachondeo nos traemos.
Carlitos a veces no me habla porque está distraído sirviendo mesas y entonces le digo: si es que no me hablas dímelo..., y añado después: aunque si no me hablas cómo me lo vas a decir..., y él se ríe.
Esas bobadas que hacen la vida más placentera, luego vuelvo la vista y miro a la calle, a la gente pasar, y pienso en la vida, en sus afanes, su fugacidad, su inútil belleza, y lo veo todo como un entretenimiento inexplicable, sin sentido pero a la vez inevitable, vivir por vivir, ya está.

El paseante

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