lunes, 8 de julio de 2013

La película de la semana. Una noche en la ópera. Sam Wood. 1935.



Una noche en la ópera.
 
Es otra de la viejas películas que tengo en la casa del pueblo, aprovecho para verlas las tardes de los sábados, tiene algo de ritual el ver estas antiguas películas en el viejo video en la buhardilla mientras fuera cae la tarde y se van primero encendiendo vivamente y luego apagando lentamente los colores del paisaje, como si se tratara de un cuadro animado.
Esta película me la encontré junto con otras en un contenedor de basura, soy un poco trapero, tal vez tengo algo del famoso síndrome de Diógenes, el tiempo lo dirá, en este caso había tiradas en el contenedor una buena colección de películas clásicas, pasé, miré, me llamaron, a mí las cosas me llaman, me saludan, me hablan, las cosas para mí tienen vida, tienen ánima, son animadas, nunca mejor dicho, y no inertes como cree casi todo el mundo.
Volviendo a la película, disparatada película, con un humor que hace pensar, que refresca la mente en estos tiempos que corren tan duros, verla me hizo recordar mi niñez, cuando la vi por primera vez en algún Especial Vacaciones de la Televisión, y también recordé mi juventud, cuando la volví a ver en mi añorado Cinestudio Griffith de la orilla del río Manzanares, ese lugar tan evocador y romántico para encerrarse a ver buen cine y vivir con la imaginación todas esas aventuras de las películas.
El Cinestudio Griffith y sus ciclos, sus maratonianas sesiones, su olor a gato, y sus butacas desvencijadas en las que uno no sabía cómo colocarse después de tantas horas de cine, de frío y de calor, y de humo porque hasta se podía fumar en aquella vieja sala de cine de barrio.
Y Groucho en la pantalla, ayer como hoy, Groucho inmortal, eterno, Groucho provocando, sacando a la luz todo el poder de la verdad, de la verdad cruda del disparate absurdo de la sociedad, las conveniencias, y las falsas apariencias.
La película es una comedia musical, tierna y romántica, humorística, incluye la famosa escena del camarote y la también famosa del contrato, la parte contratante de la primera parte y todo eso…, hilarante, también hay canciones muy románticas y hasta escenas de ópera, y una millonaria objeto de las bromas absurdas de Groucho.
Por cierto, alguien sabe si el mudo de los hermanos Marx era realmente mudo, lo que sí era es divertidísimo, da un contrapunto de payaso disparatado que es como la otra cara de la película, como un paréntesis dentro de la película, y qué decir de Chico y sus reflexiones tan obvias y tan por eso mismo inconvenientes y transgresoras.
Los hermanos Marx ponen patas arriba todo en esta divertida película que gana con el paso del tiempo por tratarse de un ejemplo de cine atemporal que habla directamente al alma de cualquiera, y en concreto al niño que todos llevamos dentro.
El paseante

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