La soledad, pero no cualquier soledad, la soledad acompañada, eso es precisamente lo que retrata Edward Hopper en sus cuadros.
Ese momento en que cada uno está a solas consigo mismo, concentrado en sus pensamientos, preso del vacío que se extiende delante de sí, del vacío existencial, de la duda, del malestar que provoca pensar en el verdadero sentido de la vida, como si fuera posible averiguarlo.
Hopper es un pintor de vacíos, de espacios vacíos llenos de soledad, de la soledad que proyectan los personajes de sus cuadros sobre el espacio.
Los decorados de sus cuadros parecen salidos de las películas de cine negro, son los mismos de las películas de Bogart sólo que coloreados, eso les da una expresividad que nunca tuvieron en esas películas, y es en esos decorados donde coloca a sus personajes, náufragos a la deriva dentro de navíos varados, habitantes de esas naves que no avanzan, de esos espacios en los que no circulan, de esa realidad inmóvil anclada en un momento del tiempo que parece eterno y que lo es en la consideración, la reflexión, del personaje del cuadro, el cual, concentrado en sí mismo, preso de sus pensamientos, no logra averiguar cómo escapar de allí, y sigue dándole vueltas, hora tras hora, día tras día, sin encontrar solución alguna.
Bueno, parece una especie de maldición cósmica la vida en los cuadros de Hopper, el hombre habitante del planeta, parece flotar a la deriva, montado en el lomo de la tierra, entre galaxias, estrellas, constelaciones, planetas, la luz del sol, tan fría en sus cuadros, y la oscuridad de la noche.
Esta acomodadora de un cine de Nueva York no es que parezca muy feliz, al margen de la película, que no tiene ningún interés ya por verla, en una sala de cine medio vacía, iluminada por la glauca luz que proyecta la pantalla en la oscuridad, con una escalera a la derecha que parece llamarla y decirla: escápate.
Pero ella no es capaz de oir la llamada de la escalera, ni siquiera ve la escalera, ella sólo ve sus pensamientos, en los cuales parece ensimismada, de los cuales está presa.
La libertad de la soledad, el abismo del pensamiento, el abandono.
Edward Hopper.
el paseante.
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