martes, 2 de julio de 2019

Pessoa y yo.





Es difícil decir por qué me gusta Pessoa, definir algo tan inconcreto, personal e íntimo es sumamente difícil porque tan pronto como se diga algo lo dicho parece llamado a ser nada comparado con lo que uno siente, si es que eso se puede considerar sentir, porque más bien se debería considerar ser, la clave está en la identificación, la comunidad de pensamientos, sentimientos, emociones, de ahí la universalidad de Pessoa y su sencillez, humildad, insignificancia, fue poca cosa el pobre en vida, podría decirse que fue algo así como un solitario marginado social, lleno de ideas sin embargo y con una visión de la existencia propia de un filósofo, un filósofo de la vida, de lo cotidiano, lo cercano, lo simple.

Y es en su simpleza donde Pessoa es grandioso, porque partiendo de la anécdota él se eleva a las alturas de un pensamiento de conmociona a cualquiera porque está hablando desde el corazón, desde la esencia de todos, desde su día a día, sus afanes, quimeras y frustraciones, Pessoa es un frustrado, no, evidentemente no, él nunca intentó nada, rotundamente no, tal vez un desencantado, pero creo que tampoco porque no creo que llegara a tener nunca la capacidad de ilusionarse, lo que Pessoa es, y lo que le da su grandeza universal de arquetipo es ser un fracasado, a nivel personal, claro, ya que ese fracaso él lo sublima a nivel literario y a través de él podría decirse que triunfa y se vuelve universal, pero si Pessoa contemplara ahora su universalidad tal vez se consideraría aún más fracasado que en vida, porque comprobaría de forma más rotundamente pesimista aún que su forma de ver la vida ha triunfado entre muchos otros igualmente fracasados como él y eso no dejaría de producirle tristeza.

Es mejor no hablar de grandeza, triunfo, reconocimiento, universalidad, tratándose de Pessoa, porque para entenderle verdaderamente hay que haberse caído del caballo y cuando te caes del caballo comprendes tantas cosas, tal vez comprendes todo y eso hace que ya no tengas otra perspectiva más que susurrarle a la nada que te comprenda aun sabiendo que ni siquiera ella podrá hacerlo.


El paseante


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