jueves, 27 de diciembre de 2018

Mis veraneos en Ibiza (8). IBIZA TE ATRAE O TE RECHAZA.





Te atrae o te rechaza, eso es cierto, me lo dijo una vez alguien que vivía allí, la isla tenía que aceptarte o no, si lo hacía estabas perdido, no podrías sustraerte a su hechizo magnético, esa energía podía sentirse, era como un pacto entre tú y la isla que se cerraba como un contrato, eras consciente de ello enseguida, en cuanto se producía, era como una especie de adicción, de drogadicción, como fumarse un porro, flipabas en colores, pura psicodelia, los hippies y otras tribus ibizencas lo vivían tal cual y el modesto veraneante, pequeño burgués y nada aventurero lo captaba igual, ése era mi caso, yo iba allí todo repeinadito con mi raya a un lado de buen chico que nunca ha roto un plato, mi polo Lacoste, mis bermudas blancas impolutas muy planchadas, mi cinturón rojo y mis náuticos azules, también mis gafas de sol Armani, mi reloj con brújula como si fuera de expedición a la selva, un cuadro, un chico aplicado, según avanzaban las vacaciones el vestuario se iba simplificando, estaba en pelotas todo el día y nunca mejor dicho porque me pasaba el día en la playa nudista de sol a sol bajo mi sombrilla tamaño mini de lunares leyendo a Erik Fromm y su Arte de amar o El miedo a la libertad, entre otras lecturas igualmente apropiadas al entorno libertario y permisivo, algo transgresor e intelectualoide, alternativo digamos.

Los libros los compraba por la tarde en una estupenda librería en la Plaza de Vara de Rey, deliciosa selección de lecturas como a la medida de mis deseos y luego me iba al puerto a ver zarpar los grandes barcos de pasaje que melancólicos hacían sonar sus sirenas como despidiéndose de la tarde, de la isla, de la vida, una escena muy viscontiniana, teñida de esa luz violeta de la que se impregna el aire como una acuarela cuando la luz del sol desaparece definitivamente y todo se envuelve como en un papel de celofán tan frágil que se diría que los sonidos, los colores, el aire, la luz, todo se va a romper de lo delicado que es, como si la vida fuera también a romperse a base de pura melancolía, ensoñación, añoranzas y belleza.

El paseante

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