viernes, 9 de junio de 2017

Madrid era tan diferente...




Madrid era tan diferente, el Madrid de mi infancia y juventud, al Madrid de ahora, no era una ciudad muy valorada, más bien olvidada en sus aspectos históricos y estéticos, las cosas estaban ahí desde siempre, y a fuerza de verlas ni se fijaba uno en ellas, nadie decía, por ejemplo, qué bonita es la Puerta de Alcalá, porque no te fijabas en ella, igual con la Cibeles o con el resto, los monumentos estaban negros por la contaminación y desaparecían en la grisura de la ciudad, el Palacio Real rodeado de tráfico y negro como un carbón, sin iluminación, así todo.

Por otro lado el centro era algo que no tenía gran consideración, las casas algo ruinosas, los entornos deteriorados, nadie quería vivir en esos pisos antiguos y mal equipados, los ancianos, los yonkis, las prostitutas, el centro era su reino, convivían pacíficamente, las familias se iban a vivir fuera del centro a pisos modernos bien equipados, áreas abiertas, casas soleadas sin patios interiores ni lóbregas escaleras.

Había aún calles de tierra que con las lluvias parecían lodazales, y no muy lejos del centro, arrabales que quedaron aislados entre el núcleo central de la ciudad y los nuevos barrios, se construían muchas viviendas por patronatos de las diferentes profesiones a buenos precios.

No había turismo apenas, a nadie interesaba una ciudad como Madrid, tan desolada, tan poco vistosa, tan anodina, por el contrario para los de aquí era una ciudad tranquila, habitable, nada especulativa, los alquileres de pisos eran muy baratos y las nuevas promociones de viviendas se vendían a precios ajustados a los costes de la construcción, los precios de los alimentos igualmente eran muy bajos comparados con los salarios, había una clase media de trabajadores que vivían holgadamente y cómodamente, en la regla tácita del menos es más, sin consumismo, con comercios de ultramarinos, mercerías, tiendas de barrio, todo era cercano y las relaciones se basaban en la confianza y la palabra dada.

Traían el pan, la leche y el vino a casa todos los días, hacías un pedido en la tienda y te lo subía el chico a casa en una cesta de mimbre apoyada sobre el hombro, se le daba una propinilla, el servicio doméstico era barato, como todo, los productos naturales, sin conservantes, pesticidas y todo eso.

Había lecherías con las vacas dentro estabuladas, en el centro estaban El Corte Inglés y Galerías Preciados, nada que ver con lo que son ahora los grandes almacenes, no había tiendas de chinos, la ropa tenía otra calidad, menos variedad, pero duraba, se tenía menos ropa pero era mejor.

No sé si estoy nostálgico, luego de joven empezó la movida y tuvo su gracia, unos cuantos se consideraban cosmopolitas y modernos y con el comienzo de la democracia abrieron nuevas perspectivas que hoy resultan de una ingenuidad pueril, algo naif, pero que produce ternura recordarlas.

Y así íbamos tirando sin más, pasando desapercibidos, el Estado era empresario y sus empresas funcionaban y creaban empleo estable, los servicios públicos eran poca cosa comparado con lo que son ahora, a casa iba un trapero con un carro tirado por una mula a recoger la basura piso por piso, había serenos, regaban las calles por las noches, había barrenderos con escobas, y guardias de la circulación con casco blanco y pito, se podía aparcar en cualquier lugar, ibas al cine a la Gran Vía y aparcabas en la puerta, ibas a cenar a un restaurante y había mesas libres, te trataban como un señor y el precio era barato, los camareros eran profesionales.

En verano la ciudad se quedaba aún más vacía de lo habitual, una delicia, por las noches se podía salir sin ningún peligro, no había delincuencia.

Por no haber no había nada de lo que ahora se considera bueno, teléfonos móviles por ejemplo, ni nada de lo que ahora se considera malo, saqueo a la cartera por parte de las compañías de suministros, abusos por parte de los bancos, indiferencia por parte del gobierno.

Creo que se vivía mejor.


El paseante


3 comentarios:

  1. Recuerdo en mi infancia que los colchoneros trabajaban en la calle, en las aceras, vareando la lana de los colchones de forma incesante. Se ponían junto al portal de la casa con la bota de vino y poco más. Pasaban las horas removiendo la lana con una vara larga, creo que tardaban más de un día en airear la lana de un solo colchón. Después quedaba la tarea más tranquila de volver a coser la tela del colchon. Mi madre prefería siempre que lo terminara a la inglesa porque decía que se apelmazaba menos la lana y duraba más tiempo hasta volver a deshacer nuevamente el colchón y contratar de nuevo otro vareador. Los vecinos aprovechaban para cotillear sobre la calidad de la lana y la tela de la funda. A mi me parecía que mi madre era más distinguida por eso de encargar que cosieran la funda del colchón a la inglesa. Por supuesto era más caro y laborioso, pero mi madre decía que duraba más años el colchón hasta que volviera a la calle nuevamente a ser sometido a horas y horas de vareado. El colchón Flex aún no existía y tampoco los baratos de espuma que aparecieron después.
    Mi madre murió casi con 100 años en el mismo colchón de lana cosido a la inglesa que algún vareador madrileño realizó allá por los años 60. Y el colchón seguía en muy buen uso. Ahora que acabamos de vender la casa de mis padres, con colchón incluido, supongo que terminará en algún contenedor de basura mezclado con otros objetos ajenos a la historia y los recuerdos. Descanse en paz el colchón a la inglesa.

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  2. http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/elizabeth-bishop-el-arte-de-perder/
    Creo que perder un amigo es lo peor:

    ONE ART
    The art of losing isn’t hard to master;
    so many things seem filled with the intent
    to be lost that their loss is no disaster.

    Lose something every day. Accept the fluster
    of lost door keys, the hour badly spent.
    The art of losing isn’t hard to master.

    Then practice losing farther, losing faster:
    places, and names, and where it was you meant
    to travel. None of these will bring disaster.

    I lost my mother’s watch. And look! my last, or
    next-to-last, of three loved houses went.
    The art of losing isn’t hard to master.

    I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
    some realms I owned, two rivers, a continent.
    I miss them, but it wasn’t a disaster.

    – Even losing you (the joking voice, a gesture
    I love) I shan’t have lied. It’s evident
    the art of losing’s not too hard to master
    though it may look like (Write it!) like disaster.

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  3. Ahora sí te dejo en paz. Mucha suerte.

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