La venganza…¡vaya nombrecito!
¿eh, Jota?. ¡Qué fuerte!. La verdad es que infunde un poco de miedo ¿no?. Tal
vez es por la “z” que nos recuerda al “Zorro” y a su espada vengadora, no sé.
El caso es que ese nombre tan rimbombante, tan sonoro y amenazador me parece
una farsa, porque promete algo que no da. Me explico. Supongamos que estás
despechado porque tu amada te ha dejado (pongo este ejemplo porque como hemos
estado tratando del amor creo que viene al caso, pero se podría aplicar en
cualquier ámbito). Bien. Quieres a toda costa vengarte de ella, hacerla sufrir
el mismo martirio que ella te está infligiendo con su ausencia. Urdes un plan
en tu mente para atraerla de nuevo con la única intención de rechazarla y así
saborear las mieles de la venganza. Muy bien. Lo que pasa es si te vengas
cuando todavía sientes algo por ella, aunque sólo sea odio, es inútil, porque
ella lo notará. Descubrirá que en ese caso la venganza es un mero disfraz que
encubre un sentimiento. Y mientras sientas algo –incluso el mismo deseo de
venganza- serás vulnerable y estarás de nuevo a su merced. Sabrá que todavía te
tiene en sus garras.
La venganza
sólo funciona cuando nace de la indiferencia, cuando realmente ya no te importa
la otra persona. Entonces sí que surte efecto y puedes conseguir el objetivo de
ver a tu amada de nuevo a tus pies. Porque la indiferencia es la ausencia de
sentimiento, y no hay nada que irrite más a la persona que un día tuvo poder
sobre ti, que darse cuenta de que ya no lo tiene. Pero si ella ya te da igual,
también te dará igual que sufra o deje de sufrir ¿no?. Y si te da igual,
entonces ya no disfrutarás de la venganza; curiosamente, ni siquiera tendrás
interés en vengarte. Por eso digo que nos engaña. Nos hace creer que el castigo
a la otra persona resarcirá lo que hemos sufrido, pero lo único que obtenemos
es vacío, porque cuando finalmente podemos vengarnos, en realidad ya no nos
importa…
La sombra del paseante.
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