En esa época del año, el sol proyectaba gruesos rayos dorados entre las ramas bajas de los mangos; los periquitos y palomas torcaces llegaban a sus nidos por centenares; las dicharacheras siete hermanas, que hablaban sobre las aventuras del día, se lanzaban al vuelo y retrocedían por el camino en parejas o tríos, y pasaban rozando los pies de los viajeros, y el alboroto y las refriegas en las ramas eran señal de que los murciélagos estaban listos para salir de piquete nocturno. La luz fue concentrándose sobre sí misma con delicadeza y por un instante pintó de rojo sangre los rostros, las ruedas de los carromatos y la cornamenta de los bueyes. Luego llegó la noche, y cambió el tacto del aire, y cayó una bruma baja, uniforme, como un velo azul, sobre el rostro del país, e intensificó, dándole nitidez, el olor a humo de leña y a reses, y el delicioso aroma de las tortas de trigo cocinadas al calor de las brasas. La patrulla nocturna salió a toda prisa de la garita policial carraspeando sonoramente para darse importancia y repitiendo órdenes, y un ascua de carbón en la cazoleta del narguille de un carretero sentado a la vera del camino resplandecía al rojo vivo mientras Kim clavaba los ojos, absorto, en el último parpadeo del sol reflejado sobre las tenacillas de bronce.
------------------------
- ¡Cuidado! ¿Cuidado!
Kim dio un salto hasta colocarse junto al lama y tiró de él hacia atrás. Un ser alargado de color amarillo y marrón apareció deslizándose entre los susurrantes tallos purpúreos en dirección a la orilla, alargó el cuello para llegar hasta el agua, bebió y se quedó inmóvil: era una enorme cobra de mirada hipnótica y sin párpados.
- No tengo ningún palo... no tengo ningún palo - repitió Kim -. Conseguiré uno y le romperé la crisma.
- ¿Por qué? Está en la Rueda al igual que nosotros, es una vida que asciende o desciende, que se encuentra muy lejos de la liberación. Su alma debe de haber obrado muy mal para haberse reencarnado así.
- Odio todas las serpientes - advirtió Kim. Ni toda su experiencia como nativo pudo liberarlo de la fobia que siente el hombre blanco hacia las serpientes.
- Déjala vivir su vida.
El ser enrollado bisbiseó y desplegó su caperuza casi por completo.
- ¡Que tu liberación llegue pronto hermana! - prosiguió el lama con toda placidez -. ¿Por ventura sabes algo de mi río?
- Jamás he visto un hombre como tú - susurró Kim abrumado -. ¿Es que hasta las mismísimas serpientes entienden tu idioma?
- ¿Quién sabe? - Pasó a treinta centímetros de distancia de la ponzoñosa cabeza de la cobra. El polvoriento reptil se enroscó -. ¡Vamos! - gritó mirando atrás.
- No - respondió Kim -. Daré la vuelta.
- Vamos. No hace daño.
Kim dudó durante un instante. El lama reforzó la orden con una cita en chino pronunciada entre dientes que Kim tomó por un encantamiento. El muchacho obedeció y saltó el riachuelo, y, de hecho, la serpiente permaneció inmóvil.
- Jamás he visto un hombre así.- Kim se enjugó el sudor de la frente. - Y ahora, ¿adónde vamos?
------------------------
- ¡Cuidado! ¿Cuidado!
Kim dio un salto hasta colocarse junto al lama y tiró de él hacia atrás. Un ser alargado de color amarillo y marrón apareció deslizándose entre los susurrantes tallos purpúreos en dirección a la orilla, alargó el cuello para llegar hasta el agua, bebió y se quedó inmóvil: era una enorme cobra de mirada hipnótica y sin párpados.
- No tengo ningún palo... no tengo ningún palo - repitió Kim -. Conseguiré uno y le romperé la crisma.
- ¿Por qué? Está en la Rueda al igual que nosotros, es una vida que asciende o desciende, que se encuentra muy lejos de la liberación. Su alma debe de haber obrado muy mal para haberse reencarnado así.
- Odio todas las serpientes - advirtió Kim. Ni toda su experiencia como nativo pudo liberarlo de la fobia que siente el hombre blanco hacia las serpientes.
- Déjala vivir su vida.
El ser enrollado bisbiseó y desplegó su caperuza casi por completo.
- ¡Que tu liberación llegue pronto hermana! - prosiguió el lama con toda placidez -. ¿Por ventura sabes algo de mi río?
- Jamás he visto un hombre como tú - susurró Kim abrumado -. ¿Es que hasta las mismísimas serpientes entienden tu idioma?
- ¿Quién sabe? - Pasó a treinta centímetros de distancia de la ponzoñosa cabeza de la cobra. El polvoriento reptil se enroscó -. ¡Vamos! - gritó mirando atrás.
- No - respondió Kim -. Daré la vuelta.
- Vamos. No hace daño.
Kim dudó durante un instante. El lama reforzó la orden con una cita en chino pronunciada entre dientes que Kim tomó por un encantamiento. El muchacho obedeció y saltó el riachuelo, y, de hecho, la serpiente permaneció inmóvil.
- Jamás he visto un hombre así.- Kim se enjugó el sudor de la frente. - Y ahora, ¿adónde vamos?
Kim de la India
Rudyard Kipling
No hay comentarios:
Publicar un comentario