La Libertad [31/03/2008]
A MENOS que la mente esté absolutamente libre del
temor, toda clase de acción engendra más perjuicio, más desdicha, más
confusión.»
Decíamos cuán importante es que se realice un
cambio fundamental en la psique humana, y que este cambio puede surgir
únicamente si hay completa libertad. Esa palabra, “libertad”, es muy peligrosa a
menos que comprendamos su sentido cabal y absoluto, tenemos que aprender todas
las implicaciones de esa palabra, y no sólo su significado según el diccionario.
La mayoría de nosotros la usamos conforme a nuestra particular tendencia, o
capricho, o políticamente. No vamos a usar esa palabra en un sentido político o
circunstancial; más bien penetraremos en su significado interno y psicológico.
Pero antes tenemos que comprender el significado de la palabra “aprender”. Como
dijimos el otro día, vamos a comunicarnos todos –lo cual significa participar,
compartir juntos–, y el aprender forma parte de ello. Ustedes no van a aprender
del que les habla, sino que aprenderán observando, utilizando al que les habla
como un espejo para observar el movimiento de su propio pensamiento, del propio
sentir, de la psique, de la propia psicología. No hay autoridad alguna en que
quien les habla tenga que sentarse en una tarima por motivos prácticos; esa
posición no le confiere ninguna autoridad. Podemos, pues, descartar eso por
completo y considerar la cuestión del aprender, pero no aprender de otro, sino
valerse del que les habla para aprender acerca de uno mismo. Ustedes están
aprendiendo al observar su propia psique, su propio ego, lo que sea. Para
aprender tiene que haber libertad, un gran interés, y tiene que haber
intensidad, pasión y urgencia. No podrán aprender si les falta pasión o energía
para investigar. Si existe cualquier clase de prejuicio, cualquier
predisposición de agrado o desagrado, de condenación, no es posible aprender,
porque entonces uno tan sólo distorsiona lo que observa.
La palabra disciplina implica aprender de una
persona que sabe; se supone que usted no sabe y, por lo tanto, aprende de otro.
Eso está implícito en lo que llamamos “disciplina”. Pero cuando aquí usamos esa
palabra, no indicamos cómo aprender de otro, sino cómo observarse uno mismo.
Esto último requiere una disciplina que no es represión, imitación, o
conformidad, ni siquiera ajuste, sino realmente observación. Esa misma
observación es un acto de disciplina. Ese mismo acto de aprender es su propia
disciplina, en el sentido de que hay que prestar mucha atención, y se requiere
gran energía, intensidad y acción instantánea.
Vamos a hablar sobre el temor, y al examinar el
asunto tenemos que considerar muchas cosas, porque el temor es un problema muy
complejo. A menos que la mente esté absolutamente libre del temor, toda acción
engendra más perjuicio, más desdicha, más confusión. De manera que vamos a
investigar juntos sobre las repercusiones del temor y si es posible estar
completamente libres de él: no mañana, no en alguna fecha futura, sino que al
abandonar este recinto, deje de existir para ustedes la carga, la oscuridad, la
desdicha y la corrupción del temor.
A fin de comprender esto debemos examinar también
la idea que tenemos de lo gradual, es decir, la idea de irnos deshaciendo
gradualmente del miedo. No existe la posibilidad de deshacerse del miedo de
forma gradual. O está uno completamente libre de él, o no lo está; no existe lo
gradual, que implica tiempo; no sólo tiempo en el sentido cronológico de la
palabra, sino también en el sentido psicológico. El tiempo es la esencia misma
del temor, según señalaremos luego. Por lo tanto, para comprender y estar libre
del temor y del condicionamiento en que se nos ha educado, la idea de hacerlo
lenta, eventualmente, tiene que terminar por completo. Ésa va a ser nuestra
primera dificultad.
Si se me permite señalarlo otra vez, esto no es
una conferencia, es más bien el caso de dos personas amigas y afectuosas que
inquieren juntas sobre un problema muy difícil. El hombre ha vivido con temor,
lo ha aceptado como parte de su vida, y estamos indagando sobre la posibilidad,
o más bien la “imposibilidad”, de acabar con él. Ustedes saben que lo que es
posible ya está hecho, ya ha terminado; ¿no es así? Si es posible podemos
hacerlo. Pero lo que es imposible se torna posible únicamente cuando
comprendemos que no hay mañana en absoluto; hablando desde el punto de vista
psicológico. Nos enfrentamos al extraordinario problema del temor, del cual el
hombre nunca ha podido deshacerse por completo. Nunca ha podido deshacerse de
él, no sólo físicamente, sino también interna o psicológicamente; siempre ha
escapado de él mediante formas de entretenimiento, bien sean religiosas o de
otra índole. Y esos escapes han constituido una evasión de “lo que es”. Nos
preocupa, pues, la “imposibilidad” de estar completamente libres del temor; por
tanto, lo que es “imposible” se torna posible.
¿Qué es el temor realmente? Los temores físicos
pueden ser comprendidos de manera relativamente fácil, pero los temores
psicológicos son mucho más complejos, y a fin de comprenderlos tiene que haber
libertad para inquirir, no para formar opinión, ni para indagar dialécticamente
en la posibilidad de terminar con el temor. Pero examinemos primero la cuestión
de los temores físicos, los que naturalmente afectan a la psique. Cuando nos
encontramos con un peligro de cualquier clase, surge instantáneamente una
respuesta física. ¿Es eso temor?
(Ustedes no están aprendiendo de mí; todos
estamos aprendiendo juntos; y, desde luego, deben prestar gran atención porque
no está bien que vengamos a una reunión de esta clase para regresar con alguna
serie de ideas o creencias; eso no libera a la mente del temor. Pero lo que sí
libera a la mente del temor de manera completa y absoluta es comprenderlo
totalmente ahora, no mañana. Es como ver algo de una manera total y completa; y
lo que ustedes ven lo comprenden. Entonces es de ustedes y de nadie más.)
Existe, pues, el temor físico, como mirar un
precipicio o encontrarse con un animal salvaje. ¿Es temor físico la respuesta a
ese peligro, o es inteligencia? Nos encontramos con una serpiente y respondemos
de inmediato. Esa respuesta es el condicionamiento pasado que dice: «ten
cuidado», y la reacción psicosomática es inmediata, aunque condicionada; es el
resultado del pasado porque a usted le habían dicho que el animal era peligroso.
Al afrontar un peligro físico, ¿hay temor? ¿O es la respuesta de la inteligencia
a la necesidad de autoconservación? Existe también el miedo a experimentar un
dolor físico o enfermedad que se ha tenido previamente. ¿Qué ocurre en este
caso? ¿Es eso inteligencia? ¿O es una acción del pensamiento, que es la
respuesta de la memoria, temerosa de que el dolor sufrido en el pasado pueda
repetirse? ¿Está claro el hecho de que el pensamiento produce temor? Existen
además diversas formas de temores psicológicos: miedo a la muerte, miedo a la
sociedad, miedo a no ser respetable, miedo a lo que la gente pueda decir, miedo
a la oscuridad, etcétera. Antes de examinar la cuestión de los temores
psicológicos, tenemos que comprender algo muy claramente: no estamos analizando.
El análisis no tiene ninguna relación con la observación, con el ver. En el
análisis siempre están el analizador y lo analizado. El analizador es un
fragmento de los muchos otros fragmentos de que estamos compuestos. Un fragmento
asume la autoridad del analizador y comienza a analizar. Ahora bien, ¿qué está
involucrado en todo eso? El analizador es el censor, la entidad que se arroga la
autoridad con el fin de analizar porque supone tener conocimiento para ello. A
menos que él analice completamente, fielmente, sin distorsión alguna, su
análisis no tiene valor en absoluto. Comprendan esto con toda claridad, por
favor, porque el que les habla no sustenta la necesidad de análisis alguno, en
tiempo alguno, cualquiera que sea. Esto es más bien una píldora amarga difícil
de tragar, porque la mayoría de ustedes han sido analizados o van a ser
analizados, o han estudiado lo que es el análisis. El análisis implica no sólo
un analizador separado de lo analizado, sino que también implica tiempo. Tenemos
que analizar gradualmente, parte por parte, toda la serie de fragmentos de que
estamos constituidos, y eso requiere años. Y cuando analizamos, la mente tiene
que estar absolutamente lúcida y libre.
Por tanto, hay varias cosas involucradas: el
analizador, un fragmento que se separa él mismo de otros fragmentos y dice: «Voy
a analizar»; también existe el tiempo, día tras día mirando, criticando,
condenando, juzgando, evaluando, recordando. Asimismo está involucrado en ello
todo el drama de los sueños; nunca nos preguntamos si hay necesidad alguna de
soñar, aun cuando todos los psicólogos dicen que tenemos que soñar, porque de lo
contrario nos volveríamos locos. ¿Quién es, pues, el analizador? Es parte de uno
mismo, parte de nuestra mente, que va a examinar las otras partes; es el
resultado de experiencias pasadas, de conocimientos del pasado, de evaluaciones
pasadas; es el centro desde el cual va a examinar. ¿Tiene ese centro alguna
realidad, alguna validez? Todos nosotros actuamos desde un centro, el cual es un
centro de miedo, ansiedad, codicia, placer, desesperación, esperanza,
dependencia, ambición, comparación; desde ese centro pensamos y actuamos. Esto
no es una suposición, ni una teoría, sino un hecho incuestionable y observable
en la vida diaria. En este centro hay muchos fragmentos, y uno de los fragmentos
se convierte en el analizador; lo cual es absurdo, ya que el analizador es lo
analizado. Tienen que comprender esto, porque de lo contrario no podrán seguir
adelante cuando penetremos más profundamente en la cuestión del temor. Deben
comprenderlo completamente, pues cuando abandonen este recinto tendrán que estar
libres del miedo, de manera que puedan vivir, disfrutar y mirar el mundo con
ojos diferentes; de manera que sus relaciones no vuelvan a llevar el peso del
miedo, de los celos, de la desesperación; y así se convertirán en seres humanos,
no en animales violentos y destructivos.
El analizador es, pues, lo analizado, y en la
separación entre el analizador y lo analizado está todo el proceso del
conflicto. Y el análisis implica tiempo; cuando lo haya analizado todo, uno está
listo para la tumba y, mientras tanto, no ha vivido en absoluto. (Risas.) No, no
se rían; esto no es una diversión, sino algo terriblemente serio. Tan sólo la
persona formal, seria, sabe lo que es la vida, lo que es vivir; no el hombre que
busca diversión. Esto requiere una investigación seria y apasionada. La mente
debe estar completamente libre de la idea del análisis, porque éste no tiene
sentido. Han de ver esto, no porque lo dice el que les habla, sino porque vean
la verdad de todo el proceso del análisis. Esa verdad traerá la comprensión; la
verdad es comprensión… de la falsedad del análisis. Así cuando uno ve lo que es
falso, puede descartarlo por completo. Sólo cuando no lo vemos es cuando estamos
confusos.
Krishnamurti
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