martes, 6 de marzo de 2018

La película de la semana. Call me by your name. Luca Guadagnino/James Ivory. 2017.





Lo primero que deslumbra según avanza la película es la interpretación de Chalamet, realmente devora la película y eclipsa todo a su alrededor, como anillo al dedo, borda el papel al límite, sin fisuras, con una naturalidad y expresividad apabullantes, merecía el Oscar, es raro ver interpretaciones tan sublimes y más de un papel difícil en el que el equilibrio debe mantenerse para no caer en el desfase. A destacar su deambular infantil y titubeante frente al deseo y sus tiernos cabezazos de cariño a su amado, genial interpretación.

Pero la película es él y todo alrededor de él, si bien ese todo se conjuga para su lucimiento. La base literaria es importante, el guión y la naturalidad en la dirección, parece por momentos un reality, sobre todo al comienzo, desestructurada y algo caótica te mete en situación, cuando termina la película te das cuenta de que estabas viendo una película, mientras la ves te metes tanto en situación que realmente el tiempo no existe, como en el amor cuando se está junto al amado el tiempo no existe.

No sé bien si la película trata sobre el amor, creo que sí, ésa fue mi percepción, al principio no lo parece, pero va uno descubriendo que lo es, de ahí que movilice dentro de uno aspectos dormidos que sin embargo ha vivido y se identifique con el joven protagonista, con su indecisión, su ilusión, su ansiedad, su decepción, su pena, también con sus dudas y sus remordimientos, con su pérdida de inocencia y con su espiritualidad que conecta directamente y sublima el sentimiento amoroso en su máxima expresión, algo que no todo el mundo es capaz de sentir en igual medida ni de la misma forma según la ocasión pero que la película retrata perfectamente en su estado puro, primigenio, absoluto y total.

Arrolla la película el día después y los días posteriores, se redescubre uno en aquellas escenas, rememora y conecta con su más íntima esencia, con su ser esencial que a veces la vida va ocultando bajo capas y capas de desilusión, rutina, frustración, desencuentros y abandonos, este joven tan sensible sintetiza en su pasión la esencia de todo lo que habrá por venir que él empieza ya a vivir cuando pierde a su amado.

Hay escenas memorables como la de la guitarra y el piano del comienzo, la de la escultura a orillas del lago de Garda o la del melocotón, para mí ésta es la mejor, sintetiza en ella la esencia de lo que este joven Werther siente, es, en definitiva, la quintaesencia de la película, su nudo gordiano, también la del final, la ruptura a través del teléfono y ese paisaje desolado sobre el que cae incesante la nieve contrapuesto a aquel esplendor del paraíso del verano perfecto y su preciosismo y plenitud de cuadro impresionista saturado de colores y de luz.

Recuerdan la escenas finales a la película de John Huston Los muertos, en la escena en la que cae la nieve sobre Dublín, la película está llena de referencias cinéfilas, literarias, poéticas, musicales, operísticas, desde el paralelismo con el Moonriver de Audrey Hepburn a los cuadros de Cézzane, Maurice de Ivory/Foster, Pisarro en los paisajes nevados del final, Ovidio poeta de la luna, Madama Butterfly…, en fin, un conglomerado absoluto e inagotable de lecturas superpuestas y de escenas para pensar y analizar que quedan en el recuerdo como un poso reconfortante y en ocasiones amargo pero siempre enriquecedor, ya he dicho antes que la del melocotón supera cualquier medida y sintetiza toda la fuerza, profundidad y espiritualidad de la película.

Por último decir que la película poco tiene que ver con su base más tangible, la homosexualidad, porque retrata un sentimiento universal hasta sus últimas consecuencias, las más alegres y las más dolorosas, el amor en su estado puro, como sólo un adolescente es capaz de sentir.

Arte en estado puro. 


El paseante


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