jueves, 8 de febrero de 2018

Frío en Madrid.




Frío en Madrid, el invierno deja el corazón congelado, le cuesta dar vida, la ciudad está helada, los charcos congelados, nieve todavía en algunos rincones, y no cesa el frío, pervive, se obstina en permanecer sin irse por ahora. Parece demasiado riguroso este frío para las temperaturas a las que estamos acostumbrados, yo estoy deseando que desaparezca. Ahora ni el sol calienta, al pasar sus rayos por el aire tan frío pierden su calor y sólo iluminan apenas, uno se pone bajo ellos creyendo que le reconfortarán pero nada, es inútil. La ciudad se encoge, la actividad se ralentiza, se sale menos de casa, se hacen menos actividades, la ciudad hiberna como un oso que no quiere salir de su cueva.

Uno mira la previsión meteorológica pero la cosa parece estancada, no hay subida de temperaturas, mira otras ciudades y pueblos, compara, Europa, parecido todo o peor aún, la ola de frío es general, a las 10 de la mañana menos uno en Madrid, puff qué frío!

En un país como España si alguna ventaja tenemos es el clima, bastante templado cuando no caliente o muy caliente, y más ahora con lo del cambio climático, uno llega a pensar que algún año llegará en el que no haya invierno, pero siempre llega algo de invierno por corto que sea aunque se olvida rápido debido a lo fugaz que es, sin embargo aún durando poco tiempo sí que es bastante riguroso y, sobre todo, mantiene mientras dura un estatismo imperturbable, impasible,  que hace tener la impresión de que va a durar por siempre de tan perseverante y machacón como es, durante los días que dura no baja la guardia ni por un momento, no muestra ningún atisbo de flexibilidad, ni da ningún paréntesis que haga concebir esperanzas.

La ciudad se desnuda de hojas en los árboles, de colores vistosos, de voces, de movimiento, alegría, optimismo, vitalidad, se queda escuálida, como congelada en sus escasos gestos, con una cotidianeidad reducida al mínimo, de supervivencia se podría decir, como si sus habitantes tuvieran miedo o se sintieran amenazados por el frío y las inclemencias del tiempo.

Si se analiza desde la razón se sabe que esto pasará y llegará el calor que nos reconciliará de nuevo con la vida y la alegría, pero el corazón no se lo cree, le cuesta creer que saldremos de este impass tan absoluto en el que nos encontramos y teme que por algún extraño motivo sea invierno ya por siempre, lo teme desde la sinrazón y el absurdo, como son casi todos los temores, pero no puede dejar de temerlo siquiera sea de una manera latente, no reconocida ni consiente, con un temor atávico como salido de la época de las cavernas y las glaciaciones, y es en ese temor en el que el hombre cae en la cuenta de su fragilidad, su vulnerabilidad y su fugacidad, siquiera sea durante los días que perdura el frío, durante los cuales se convierte en algo parecido a las últimas hojas que se caen de los árboles.


El paseante

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