Pues la verdad es que esos dos hombres parecían dos sátiros,
como una aparición salida de la nada en medio del desierto de arena de la playa
bajo un sol abrasador, como dos diablos salidos de un akelarre en medio del
infierno, de las llamas del infierno, con sus enormes vergas colgando como
personajes de un cuadro de Bruegel, como una de las tentaciones de Simón del
desierto, de San Simón el eremita, les di la espalda y comencé a cubrir mi desnudez para mostrarles mi rechazo
y al momento me volví para mirarles una vez más pero ya no estaban, no
comprendo cómo desaparecieron tan instantáneamente, de la misma manera como
aparecieron a mi vista, tal vez se trató de una imaginación mía, un producto de
mi mente achicharrada por los rayos del sol, tal vez no existieron nunca y se
trató sólo una fantasía, de una alucinación producto del calor sofocante,
aquellos dos hombres sonriéndome lascivamente ofreciéndome ese enorme fajo de
billetes desplegado entre sus manos, y alrededor la nada más absoluta.
Parece una escena de un film de Pasolini, resultaba irreal a
fuerza de real, tal y como son siempre las alucinaciones. Pero no, te aseguro
Bety que aquello sucedió, y me hizo sentir mal, me hizo sentir mal por el
dinero, lo demás no tenía importancia, era sólo sexo, lo que supuso para mí un
shock fue contemplar desplegados todos aquellos billetes, créeme, eran
muchísimos, eran tantos que parecían de mentira, como los billetes del Monopoli,
y ellos me querían comprar como quién compra una propiedad inmobiliaria del
Monopoli, como quién compra un esclavo, un esclavo sexual en este caso,
comprarme al menos por un rato para satisfacer sus libidinosos deseos, sus
apetitos carnales, su furor sexual, pero aquel dinero hacía que todas esas
consideraciones fueran innecesarias, aquel dinero lo manchaba todo con una
pátina de sometimiento, humillación, explotación, aquel dinero pretendía
doblegar mi voluntad, acabar con mi dignidad humana, con mi libre albedrío y
someterme, aquel dinero, su visión, su recuerdo, creo que ha sido uno de los
sucesos más inesperados, sorprendentes y traumáticos de mi juventud, nunca me
había visto a mí mismo como un chapero y aquellos dos sátiros me convirtieron
en un instante precisamente en eso, en un chapero, fue humillante te lo
aseguro, fue como si aún sin pasar nada más hubiera pasado todo, no sé si me
explico, como si después de aquello no fuera a ser más que un chapero durante toda
mi vida.
Creo que comprendes lo que quiero decir…
Dime que me comprendes Bety.
El paseante solitario
(continuará)
(continuará)
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