Parece una sacra conversación, como el cuadro de Bellini que ya vimos hace algún tiempo, los personajes hablan con Dios pero sin pronunciar palabra.
Cuadro místico, espiritual, transcendente, como una escena renacentista llena de magia, de misterio, de dulzura.
Ese perfecto equilibrio, esa perfecta composición, esa perfecta armonía, esa belleza del alma de las cosas, las personas, la atmósfera, la luz, la vida.
Y todo eso para reflejar a los padres.
Los padres son el puerto seguro al que volver después de las tormentas de la vida, la comprensión, la palabra justa, el consuelo, el amor absoluto.
Nos pasamos toda la vida buscando algo parecido al amor de los padres pero es imposible, inútil tarea, el amor de unos padres está por encima del concepto amor, es otra cosa, un más allá del amor inalcanzable siempre, irrepetible, monopolio exclusivo de tus padres para contigo.
No soy padre, creo que mis ansias de amar sólo se hubieran visto totalmente colmadas, definitivamente colmadas, a través del hijo, del hijo que no he tenido y que tal vez me estaba esperando en el más allá del espíritu, tal vez le he traicionado y no ha podido venir a mí, y yo no he podido ir a él, para cumplir esa misión divina que es transmitir la vida, el amor, la ternura, a tu hijo.
Mis padres son para mí, he de confesarlo, lo primero, ante ellos todo cae, declina, se convierte en nada, amo por encima de todo a mis padres, y en ese universo absoluto, total, esencial, que existe entre ellos y yo, no cabe sino ser sin más el hijo, para ellos eso basta porque su amor es incondicional y eterno y dura más allá de la vida.
Sólo falta en el cuadro el hijo, pero el hijo está también en el cuadro si sabemos mirar, es el hijo el que les está pintando, aún fuera de la escena, está dentro de la composición, sólo con ver el gesto con que la madre le mira se ve al hijo reflejado en ella.
el paseante
Cuadro místico, espiritual, transcendente, como una escena renacentista llena de magia, de misterio, de dulzura.
Ese perfecto equilibrio, esa perfecta composición, esa perfecta armonía, esa belleza del alma de las cosas, las personas, la atmósfera, la luz, la vida.
Y todo eso para reflejar a los padres.
Los padres son el puerto seguro al que volver después de las tormentas de la vida, la comprensión, la palabra justa, el consuelo, el amor absoluto.
Nos pasamos toda la vida buscando algo parecido al amor de los padres pero es imposible, inútil tarea, el amor de unos padres está por encima del concepto amor, es otra cosa, un más allá del amor inalcanzable siempre, irrepetible, monopolio exclusivo de tus padres para contigo.
No soy padre, creo que mis ansias de amar sólo se hubieran visto totalmente colmadas, definitivamente colmadas, a través del hijo, del hijo que no he tenido y que tal vez me estaba esperando en el más allá del espíritu, tal vez le he traicionado y no ha podido venir a mí, y yo no he podido ir a él, para cumplir esa misión divina que es transmitir la vida, el amor, la ternura, a tu hijo.
Mis padres son para mí, he de confesarlo, lo primero, ante ellos todo cae, declina, se convierte en nada, amo por encima de todo a mis padres, y en ese universo absoluto, total, esencial, que existe entre ellos y yo, no cabe sino ser sin más el hijo, para ellos eso basta porque su amor es incondicional y eterno y dura más allá de la vida.
Sólo falta en el cuadro el hijo, pero el hijo está también en el cuadro si sabemos mirar, es el hijo el que les está pintando, aún fuera de la escena, está dentro de la composición, sólo con ver el gesto con que la madre le mira se ve al hijo reflejado en ella.
el paseante
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