Tiempo de Cuaresma, la Cuaresma son los 40 días que preceden a la Pascua, y la Pascua no es sino la resurrección de Cristo.
Con la Pascua se produce el paso a la primavera, la Pascua tiene lugar el Domingo de Resurrección, el Domingo de Gloria.
La Cuaresma comenzó el pasado sábado 25 de febrero.
Durante estos cuarenta días viene un tiempo de reflexión, de vuelta a uno mismo, de recogimiento previo a la llegada de la resurrección de Jesucristo y de comienzo de la vida con la explosión de la alegría primaveral.
La Cuaresma es el tránsito a través de la espiritualidad antes de regresar a la vida de nuevo para recomenzar una nueva etapa, renovarnos, recuperar las fuerzas y, en definitiva, seguir adelante.
En ocasiones, perdidos en el día a día, en nuestros pequeños afanes, olvidamos el verdadero sentido de las fiestas religiosas, fiestas que de una u otra manera existen desde que el mundo es mundo, y que marcan los ciclos de la vida, la muerte y la renovación, tan necesarios para el hombre, tan necesarios para la vida.
Vemos las procesiones de la Semana Santa y las contemplamos con una mirada turística, como si no significaran nada fuera de su belleza pintoresca y arcaica, las vemos como un espectáculo trasnochado, residuo de otras épocas ya lejanas.
Pero ése no su significado profundo, debemos desarrollar otra visión más ceñida a nosotros mismos, porque no nos engañemos, la espiritualidad, sea del signo que sea, da al hombre una transcendencia y una dimensión que le hace ver la vida desde una perspectiva más profunda, fijándose no sólo en el día a día sino también en la proyección y la transcendencia que su paso por la vida tiene sobre los demás y sobre él mismo, tal y como Cristo nos enseñó y sirvió de ejemplo.
Valle de lágrimas, por supuesto, lo queramos o no, lo aceptemos o no, huyamos de ello o no, así es para todos tarde o temprano, pero lo fundamental es cómo el hombre encara la vida sea ésta feliz o desdichada, y cómo le enriquece el espíritu saber que es un ser transcendente cuya proyección va mucho más allá de la mera cotidianeidad, proyectándose a una dimensión espiritual que le hace grande.
La responsabilidad de todo hombre es darle una dimensión espiritual a su vida.
el paseante
Con la Pascua se produce el paso a la primavera, la Pascua tiene lugar el Domingo de Resurrección, el Domingo de Gloria.
La Cuaresma comenzó el pasado sábado 25 de febrero.
Durante estos cuarenta días viene un tiempo de reflexión, de vuelta a uno mismo, de recogimiento previo a la llegada de la resurrección de Jesucristo y de comienzo de la vida con la explosión de la alegría primaveral.
La Cuaresma es el tránsito a través de la espiritualidad antes de regresar a la vida de nuevo para recomenzar una nueva etapa, renovarnos, recuperar las fuerzas y, en definitiva, seguir adelante.
En ocasiones, perdidos en el día a día, en nuestros pequeños afanes, olvidamos el verdadero sentido de las fiestas religiosas, fiestas que de una u otra manera existen desde que el mundo es mundo, y que marcan los ciclos de la vida, la muerte y la renovación, tan necesarios para el hombre, tan necesarios para la vida.
Vemos las procesiones de la Semana Santa y las contemplamos con una mirada turística, como si no significaran nada fuera de su belleza pintoresca y arcaica, las vemos como un espectáculo trasnochado, residuo de otras épocas ya lejanas.
Pero ése no su significado profundo, debemos desarrollar otra visión más ceñida a nosotros mismos, porque no nos engañemos, la espiritualidad, sea del signo que sea, da al hombre una transcendencia y una dimensión que le hace ver la vida desde una perspectiva más profunda, fijándose no sólo en el día a día sino también en la proyección y la transcendencia que su paso por la vida tiene sobre los demás y sobre él mismo, tal y como Cristo nos enseñó y sirvió de ejemplo.
Valle de lágrimas, por supuesto, lo queramos o no, lo aceptemos o no, huyamos de ello o no, así es para todos tarde o temprano, pero lo fundamental es cómo el hombre encara la vida sea ésta feliz o desdichada, y cómo le enriquece el espíritu saber que es un ser transcendente cuya proyección va mucho más allá de la mera cotidianeidad, proyectándose a una dimensión espiritual que le hace grande.
La responsabilidad de todo hombre es darle una dimensión espiritual a su vida.
el paseante
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